El ego nos impulsa a defendernos cuando
alguien nos ofende o intenta evidenciar o humillar para blindarnos ante los
absurdos de las ofensas sin fundamento o carentes de moral; porque aquel que
intenta ridiculizar en público a otra persona, sólo demuestra su pobreza
interior, es un grito desesperado por llamar la atención cuando experimenta
soledad en su alma; el sentirnos ofendidos es aceptar que carecemos de
autoestima, el silencio respetuoso ante la ofensa demuestra grandeza, porque
somos sabedores de nuestra valía.
El ego nos impulsa a competir para buscar
ante cualquier circunstancia la necesidad de ganar, buscando autoafirmación,
porque aún no valoramos los afortunados que somos al poseer el preciado regalo
de la vida y lo valiosos que somos sin importar el qué dirán, porque la
verdadera competencia no es ante otro ser humano, es ante nosotros mismos, en
superar nuestras limitaciones mentales, nuestros prejuicios adquiridos; ganar
es vencer la necesidad de competir al exterior, es alcanzar la victoria de
nuestra propia realización.
El ego nos impulsa a imponer ante todo una
verdad que creemos poseer, pensando que siempre tendremos la razón, cuando cada
ser humano experimenta en su propio universo y nadie puede pretender imponer su
razón, eso es soberbia, es ser impositor; la verdad aplica inherente y
exclusivamente en cada ser humano.
El ego nos impulsa a sentirnos superiores a
los demás como un mecanismo de defensa ante nuestra inseguridad, la que obliga
a reafirmarnos con este tipo de actitudes, porque hemos dejado de creer en
nuestro propio valor, el cual no hay necesidad de externarlo ni gritarlo a los
cuatro vientos, sólo estamos evidenciando carencia interior; quien realmente lo
posee, lo emana, y éste se manifiesta sin intentar sobresalir ante otro ser
humano, la verdadera luz brilla por sí misma, no necesita encenderla para que
la vean y admiren.
El ego nos impulsa a poseer más y más sin
saciedad, porque no encontramos algo que termine por llenar ese vacío
existencial que nos embarga y deprime, la autoafirmación es amar lo que somos,
no negar nuestro origen; porque la posesión material sin límites sólo pretende
llenar huecos en un pozo sin fondo, la felicidad no estriba en la acumulación
de posesiones, riquezas o títulos; la felicidad es experimentar la riqueza que
la naturaleza nos ofrece, y que es la que alimenta el alma.
El ego nos impulsa a identificarnos ante los
demás en relación a nuestros logros materiales o profesionales, porque
necesitamos que nos reconozcan, que nos estimen, que nos valoren, que nos
vitoreen o que nos coloquen en un pedestal para adorarnos, para que se enteren
de lo valioso que somos y de esa forma ganar prestigio y respeto; la grandeza
emana del alma y no a través de palabras sin consistencia. El valor emana desde
el interior, no depende del exterior para estimularnos, esto sólo refleja
carencia y falta de aceptación.
El ego nos impulsa a expresar que somos
exitosos porque hemos alcanzado la cúspide de lo material; y que eso se
transforme en nuestra bandera de autoafirmación, es perder de vista que lo
esencial de la vida es buscar el medio para alcanzar el fin, y si el fin es la
felicidad, cuando nos obsesionamos en el medio, el fin se transforma en
subjetividad; porque una persona exitosa no es aquella que ha logrado la
cúspide de lo material, el éxito se ve reflejado en la autorrealización
armónica en todas las facetas y no solamente en una, es por ello que nos
aferramos a adornarlo porque experimentamos desequilibrio, la fama la da el
reconocimiento exterior; la realización la da el equilibrio y la saciedad
interior que lleva a la plenitud en todas y cada una de las facetas de nuestra
existencia.
Cómo dominar algo que se encuentra tan
presente en nuestra personalidad?, si nuestro escudo ante todas las tentaciones
de la vida es precisamente nuestro ego. El ego desarrolla la personalidad y esa
es producto de nuestro medio social, y la individualidad es parte intrínseca de
nuestra esencia, representa la liberación del ego y que se manifiesta en un Ser
individual y autónomo. Ser Libre es no experimentar apego obsesivo ante lo
material; es aquel Ser que no le afecta la ofensa, que no siente la necesidad
de ganar de la banalidad, que no se siente poseedor de la verdad absoluta, que
no necesita sentirse superior a nadie, que no se obsesiona por poseer más de lo
que es fugaz, que no necesita identificarse con logros materiales efímeros y
que no necesita de la fama para sentirse grande, porque ya es grande por el
hecho de ingresar al escenario de la vida.
Liberarse del Ego es desprendernos de su
multiplicidad de facetas: Egocentrismo, Egoísmo y Egolatría. Liberación es
desapegarnos de obsesiones, dependencias y reconocimientos. La vida es tan
efímera que lo material sólo es un medio, no el fin último de la existencia, aferrarnos
a los apegos diluye la gran oportunidad de practicar la riqueza interior que
poseemos, para construir con bases sólidas y tangibles el destino que aspiramos
a experimentar.
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