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lunes, 16 de julio de 2012

EL MAR

                                     
 
 


Quiero ver el mar, dijo el viejo, el mar que puede ser tan calmo y demoroso en su devenir y tan brusco cuando azota la tormenta. Quiero ver el mar y  sus níveas olas en su  infinita peregrinación salitrea, ver las lluvias de heréticas estrellas desgajándose del cielo como frutos paradisiacos. Quiero ver los barcos anclar y otros alzar  velas para hacerse hacia alta mar.  Ver los viejos marineros bajando quemados por las sales y los vientos de otros puertos. Quiero ver a los niños en el amanecer engaviotado y contemplar desde las atalayas de mi vida el devenir del tiempo y sus misterios. No tratar de investigar ni inventar nada, solamente ver, admirar la grandeza y la profundidad de la existencia y quizá preguntarme: dónde estás amada mía, mi inspiración, mi musa eterna, mi  amor platónico, carne de mi carne, ideario de mi vida, contemplación inalcanzable, posiblemente tú seas el mar.
 
 
 
Quiero estar en el mar, junto al mar, solo, con esa inmensidad filosófica, que es vida y no muerte, con esa eternidad que ha derrotado al hombre que todo aspira a destruirlo y que con toda la locura consumista quisiera convertir las aguas en oro para morir de sed.
 
Estaré en el mar y en una noche estrellada te buscaré en todas las dimensiones espirituales y me volveré a preguntar: por qué he esperado tanto para decir: te amo, como amo al mar, su grandeza, su inexplicable condición de desafío eterno y como el mar también comprenderé y aceptaré que no puedo ser dueño de nada, sino de mi búsqueda espiritual.
 
A lo lejos,  los viejos barcos marineros, cerca; los niños construyendo efímeros palacios de ensueño, los adolescentes entrenado su primer éxtasis en el agua salada y los viejos recontando las  pocas veces que la vida les ha permitido renacer de nuevo entre olas saladas y la mirada infinita de lo infinito.
 
No quiero regresar. Quiero comenzar a vivir el origen de la vida.

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