De todos los rincones, feligreses y romeros, niños y ancianos juventud y la mujer llevan en el alma el altar permanente de quien vive eternamente Monseñor Oscar Arnulfo Romero Santo América; santo de mis hermanas y hermanos, de los muertos vivos, y de los vivos muertos, tu santidad alcanza, aun los corazones de tus propios asesinos.
Las calles dolientes de la patria, las ensangrentadas gradas catedralicias, y el púlpito de tu capilla en la Divina Providencia, rezan eternidades de la última homilía.
Quienes te conocimos, te vivimos, te sufrimos, y te amamos como expresión purificadora, de nuestra fraternidad, con todos nuestros congéneres, y con la naturaleza misma.
Tus homilías, están grabadas en el alma de este heroico pueblo, tratan de seguirte negando como los que te asesinaron, sin embargo tu sombra está presente en las mismas manos de esos asesinos con la sentencia eterna vertida en tus labios:" Cese la represión"
Que la patria se sembré de infinitos monseñores para lograr que la misa iglesia se exorcice, y que de sus confesiones pecaminosas, surja de nuevo la Iglesia Histórica de El Salvador por religiosos y religiosas, que como vos se entregaron en cuerpo y alma a la libertad de nuestro pueblo pagando con el sacrificio más alto, que un ser humano puede ofrecer como muestra de amor y colectivismo, tu propia vida.
Canten de nuevo, los sórdidos, cañaverales silbe, y lleve tu semilla para polinizarla a los largo de la tierra, quebrando las fronteras, de odio e injusticia levantadas a lo largo de la tierra, por el oprobioso sistema explotador.
Mi ser, siempre unido a tus luchas, por la paz, la justicia social y la conjugación del verbo amar, vertida de los incandescentes labios de un heroico pueblo nacido y crecido para la libertad.
Broten vertientes cristalinas del corazón de la montaña herida, que la montaña, florezcan permanentes primaveras, y la semilla sea esparcida por el pueblo, y repartida proporcionalmente a la colectividad productora, y aun a aquellos, que regresaron sólo para el tiempo de cosecha.
Tú eres el surco, la semilla sembrada y germinada en la fertilidad del alma cuscatleca.
Monseñor, crece el amor por ti, y la esperanza, de que de tus sabias enseñanzas los rayos de tu luz, incomparable iluminarán por siempre el camino de la patria.
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