"Tanto la Teología de la Liberación, por sí misma, y el Congreso Continental de Teología de 2012, pueden contribuir mucho para que sea posible abordar de una manera diferente estos nuevos desafíos”
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Torres es cofundador y miembro emérito del comité coordinador de Amerindia ( www.amerindiaenlared.org ), red de católicos y católicas del continente americano que, junto a otras organizaciones como el Instituto Humanitas Unisinos – IHU, está organizando y promoverá el Congreso Continental de Teología, entre los días 8 y 11 de octubre de 2012, en la Unisinos, en ocasión de los 50 años de la convocación del Concilio Vaticano II y de los 40 años de la publicación del libro Teología de la Liberación. Perspectivas, de Gustavo Gutiérrez.
Por esta circunstancia, en esta entrevista concedida por e-mail al IHU on-line, Torres cuenta los principales momentos de la historia de Amerindia y afirma que celebrar estas fechas significativas en suelo latinoamericano es también rememorar los momentos de "gran entusiasmo” vividos por la Iglesia continental, que "no sólo leyó y aplicó el Concilio, sino también lo reinterpretó a partir de nuestra realidad social, económica y cultural”.
Sergio Torres es licenciado en Teología por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Fue profesor de Teología Dogmática, en el Instituto Alfonsiano de Santiago. Es co-editor de varios libros de la Asociación Ecuménica de Teólogos del Tercer Mundo (Asett/Eatwot) y cofundador y miembro emérito del Comité coordinador de Amerindia. Fue vicario general de la Diócesis de Talca y actualmente es vicario cooperador en una parroquia de Santiago.
Vea la entrevista.
IHU On-Line – El Congreso Continental de Teología de 2012 se origina a partir de una propuesta de Amerindia, unida a otras organizaciones teológicas del continente. Rescatando su historia, ¿cómo nació Amerindia?
Sergio Torres – Amerindia nació en 1978, en ocasión de la preparación de la Asamblea Episcopal de Puebla. En ese momento, se vivía una situación conflictiva al interior de la tradición liberadora iniciada en la Conferencia de Medellín (1968). Después de Medellín, la gran mayoría de la Iglesia latinoamericana aceptó con alegría e intentó implementar las orientaciones y los documentos de dicha conferencia. En todo el continente, se inició una nueva etapa de la historia de la Iglesia, que realizó una profunda autocrítica de su acción pastoral y comenzó un nuevo estilo en la misión ante la sociedad. Ella se distanció de las clases dominantes y adquirió ciudadanía eclesial entre los pobres. No obstante, hubo una pequeña minoría que no participó de esa interpretación general y realizó una crítica social y teológica de algunas de las grandes orientaciones de Medellín, por ejemplo, la opción por los pobres.
Esa minoría adquirió mayor poder y visibilidad cuando el obispo colombiano Alfonso López Trujillo fue electo secretario general del Celam [Consejo Episcopal Latinoamericano] en 1972, en la ciudad de Sucre (Bolivia). Una de las tareas que ese obispo se propuso, fue desmantelar algunas instituciones creadas después de Medellín y cambiar a los integrantes de la Comisión Teológica del Celam. Cuando llegó el momento de la preparación de la Conferencia de Puebla, el Celam, interpretó la tarea y la misión de la Iglesia con una perspectiva diferente. En algunos documentos preparatorios, se dijo que el mayor desafío para la misión de la Iglesia en América Latina no era la evangelización de los pobres, sino la evangelización de la cultura.
Esa perspectiva, que en sí misma era oportuna, tenía la intención implícita de cambiar la interpretación de Medellín. Como se comprobó posteriormente, durante la Conferencia de Puebla, esas dos perspectivas estuvieron presentes y lucharon por prevalecer, imponiéndose a la reafirmación de Medellín como la opción fundamental de Puebla, en la perspectiva de "comunión y participación”. Cuando llegó el momento de nombrar a los teólogos especialistas que debían acompañar a los obispos en la conferencia de Puebla, la Secretaría del Celam, descartó casi totalmente a los teólogos identificados con Medellín y con la teología de la liberación. Esa discriminación produjo un gran malestar y oposición entre los obispos ya designados para participar en la Conferencia, ya que muchos de ellos habían pedido contar con la asesoría de esos especialistas que había desempeñado un papel muy importante en Medellín.
En ese momento nació Amerindia, aunque sin ese nombre. Se organizó como una respuesta a la inquietud y a la petición de los obispos de acompañamiento y asesoría en Puebla. Los mismos teólogos de la liberación encontraron una manera de constituir un grupo de trabajo, viajar a Puebla y encontrar un espacio físico, cerca del Seminario Palafox; donde se realizaba la conferencia. Todos los días, obispos, religiosos y otras personas iban hasta ese lugar para trabajar con el grupo de teólogos "extramuros”. La historia posterior demostró que esa, asesoría requerida legítimamente fue positiva y fecunda en resultados, insertados en el documento final.
IHU On Line – En su visión, ¿cuáles fueron los momentos más importantes de Amerindia?
Sergio Torres - Esta iniciativa, contada 33 años después, parece simple y sin conflictos. En la práctica no fue así. La secretaría del Celam y muchos obispos sintieron que la presencia de esos teólogos en Puebla era un acto no autorizado por la Iglesia institucional, y desde ese momento y constituía una acción casi subversiva. Sin embargo, los obispos que solicitaron esa asesoría consideraban que su invitación a esos teólogos, era un ejercicio normal de su autoridad y libertad como obispos y sucesores de los apóstoles.
Ese primer esfuerzo organizativo de un grupo de teólogos para asesorar obispos en conferencias oficiales, es el primer antecedente histórico, aunque del grupo no tenía como tal, el nombre de Amerindia. Ese nombre nació en ocasión de un esfuerzo semejante con motivo de la preparación de la cuarta Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo, en 1992. En esa oportunidad, nuevamente los teólogos de la liberación fueron excluidos, y por segunda vez, un grupo de obispos solicitó asesoría teológica de ellos para sus deliberaciones, lo que efectivamente se realizó.
Después de la Conferencia de Santo Domingo, en 1992, el grupo de teólogos/as tuvo la percepción subjetiva de integrar un colectivo vinculado por la amistad y por la afinidad teológica que estaba preparado para cumplir tareas inéditas. Hasta entonces, ellos todavía no tenían conciencia de constituir un grupo con identidad propia. En 1997, se presentó otra oportunidad de cumplir una función parecida. Con ocasión de la preparación del Jubileo del Año 2000, Juan Pablo II convocó en Roma sínodos continentales para impulsar una mejor celebración del Jubileo en cada continente. En 1997, se realizó en Roma el Sínodo de América, que incluyó obispos y otros representantes de América del Norte, América Latina y el Caribe. Por la tercera vez, un grupo de teólogos y teólogas, muchos de ellos los mismos de las reuniones anteriores, viajaron esta vez a Roma, buscaron un lugar de trabajo y pudieron responder a la invitación de los obispos que solicitaban asesoría.
Después del Sínodo en Roma, hubo un cambio importante en el grupo de Amerindia, que hasta entonces era formado exclusivamente por teólogos/as. El cambio consistió en ampliar el grupo incluyendo laicos, religiosas y sacerdotes como parte integrante de un colectivo más amplio e multidisciplinar. Amplió su objetivo. El Grupo ya no tenía como única misión estar preparado para una eventual asesoría, asumió un objetivo más amplio y permanente.
Se propuso "mantener y actualizar la tradición teológica, social y pastoral de Medellín y Puebla como expresión concreta del seguimiento de Jesús en la realidad actual del continente, marcada por el predominio del capitalismo neoliberal y por las democracias restringidas”.
Posteriormente, el grupo vio la necesidad de darse una mayor organización y estableció una secretaría permanente en la ciudad de Montevideo, Uruguay, y contrató personal para impulsar el trabajo que iba creciendo progresivamente. En los años siguientes, Amerindia asumió una tarea extra, organizar congresos teológicos y publicar libros sobre teología latinoamericana, adaptada a los nuevos desafíos. También estableció un contacto mucho más próximo con la nueva iniciativa del Foro Social Mundial que lucha por "otro mundo posible”. A partir de esa vinculación y en conjunto con otras instituciones, se constituyó una iniciativa intitulada Foro Mundial de Teología y Liberación.
Finalmente, la última iniciativa importante, fue la participación en la preparación y en la realización de la Conferencia de Aparecida, Brasil, en 2007. En la fase de preparación, Amerindia participó en un diálogo de teólogos de la liberación con algunos obispos designados por el Celam para reflexionar sobre la situación y el momento actual de la teología de la liberación. Además, Amerindia participó en la Conferencia Episcopal de Aparecida de una forma diferente que en las anteriores conferencias. Esta vez, la presidencia del Celam, comunicó de forma oficial, que en la ciudad de Aparecida, había un grupo de teólogos relacionados con Amerindia que estaba disponible para la asesoría teológica y que los participantes de la Conferencia tenían plena libertad para consultarlos.
IHU On line – En su sitio, Amerindia expresa ser una "red de católicos con espíritu ecuménico y abierta al diálogo y la cooperación inter-religiosa”. ¿Cómo ve Ud. el papel de los teólogos/as en los debates con otras Iglesias cristianas y las demás religiones que marcan culturalmente la cultura latinoamericana?
Sergio Torres – En los primeros años de la historia de Amerindia, hubo un debate más o menos prolongado sobre la necesidad de trabajar en conjunto con las Iglesias protestantes. Muchos integrantes decían que esta debería la actitud normal de nuestra institución. Vivir anticipadamente la única Iglesia de Jesucristo centrada en su Mensaje Liberador y en el servicio a los más pobres. El debate se cerró, Amerindia pensó que era mejor definirse como una organización católica, abierta a otras Iglesias pensando que hay muchos problemas y desafíos propios que es necesario tratar en familia. Lo mismo sucede con las Iglesias protestantes. Cada una tiene sus propias organizaciones, asambleas, revistas, para definir mejor su identidad y, además, muchas de estas iglesias, muestran poca preocupación ecuménica. Amerindia no es un grupo cerrado y siempre cultivó buenas relaciones con las corrientes liberadoras del protestantismo. Algunos teólogos protestantes, como Rubén Alves, José Míguez Bonino, Elsa Tamez y Julio de Santa Ana, entre otros, hicieron contribuciones muy importantes a la teología de liberación. Tenemos algunos elementos comunes en nuestra corta historia y tradición.
Amerindia no entró en debate sobre temas doctrinales y dogmáticos con otras tradiciones protestantes. Prefiere vivir el ecumenismo en la vida social y en la práctica del servicio a los pobres y de la liberación del pueblo. Y al mismo tiempo, ella es deudora de las ricas tradiciones de la sabiduría de los pueblos indígenas y afro-americanos. Ella aprendió con el desarrollo de las teologías que emergían a partir de esas tradiciones ancestrales. En relación al diálogo con las otras religiones, ella se mantiene al margen de los profundos debates que se dan entre grupos interesantes de teólogos y estudiosos de esas religiones.
Debido a la escasa presencia entre nosotros de religiones de Asia, como el hinduismo y el budismo, Amerindia está atenta a esos debates, pero no participa directamente en ellos. Al mismo tiempo, valoriza los ámbitos especializados de diálogo inter-religioso, por ejemplo los estudios realizados por la Asociación Ecuménica de Teólogos del Tercer Mundo. Naturalmente, nos preocupa mucho la necesidad de una profunda reformulación del Mensaje de Jesucristo, trasmitido hasta ahora, en las categorías de la cultura griega y occidental. Esta tarea es prioritaria y urgente.
IHU On line – La identidad de Amerindia también está marcada por la reafirmación de la "opción por nuevos modelos de iglesia comunitaria, participativa y por la teología de la liberación, como una contribución a la Iglesia universal”. En su opinión, ¿cuáles son las características centrales de esos nuevos modelos de Iglesia?
Sergio Torres – La historia de la Iglesia en América Latina después del Concilio Vaticano II está marcada por períodos de profunda renovación y vitalidad y por momentos de dificultades, recogimiento y frustración. Al momento del Concilio Vaticano II había en América Latina un grupo muy valioso de obispos comprometidos esparcidos por todo el continente. Algunos nombres son recordados siempre, por ejemplo: Don. Helder Camara, de Brasil y Don Manuel Larraín de Chile. El teólogo José Comblin, recientemente fallecido, propuso llamar a esos obispos "padres de la Iglesia Latinoamericana”. Esos obispos, con la ayuda de teólogos y agentes de pastoral de base, contribuyeron a hacer una lectura del Concilio, desde la perspectiva de América Latina en la Conferencia de Medellín, en 1968.
A partir de entonces y durante casi 20 años, la Iglesia del subcontinente experimentó un gran crecimiento y vitalidad en pueblo, conformando una nueva identidad. Siguiendo a Jesucristo y con una profunda fidelidad a la tradición eclesial, ella asume un nuevo papel entre los pobres, dejando del lado su anterior posición de legitimar a las clases dominantes de la sociedad. Al mismo tiempo hubo un profunda renovación de la liturgia, la catequesis, la teología, de la organización eclesial y de la evangelización en su conjunto, asumiendo las orientaciones de Medellín, la ‘ Evangelii Nutiandi ’ y, posteriormente, de la Conferencia de Puebla.
Lamentablemente, a partir de la década de 1980, sucedió algo inesperado en esa renovada Iglesia latinoamericana. Se produjo una división en interior, entre algunos sectores de la jerarquía y algunos teólogos, en relación a la interpretación de Medellín y de Puebla, en particular, en cuanto a la manera de entender la opción por los pobres. Algunas personas creían que la opción por los pobres podría ser interpretada como una expresión marxista. Esta discusión interna llevó a algunos sectores de la Curia Vaticana a tomar partido y, a partir de ese momento, se produjo un gran distanciamiento y desconfianza entre esas instancias romanas y los sectores progresistas del continente.
Un momento importante de esta historia fueron las dos instrucciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en 1984 y 1986, condenando algunas formas de teología de la liberación. A pesar de las instrucciones expresar que se trataba de "algunas formas”, los sectores más conservadores consideraron que toda la teología de la liberación estaba sometida a sospechas y, finalmente condenada. Este mal entendido ha estado presente hasta ahora, y creó las distancias y diferencias de opinión y de actitud que impidieron una respuesta común de la Iglesia a los nuevos desafíos de los tiempos presentes. Una dificultad seria, fue escuchar casi exclusivamente la instrucción de 1984 y el silenciamiento que no permitió acoger con el mismo interés la carta de Juan Pablo II a los obispos de Brasil, de mayo de 1986, en que, después de la primera instrucción, les decía claramente que "Nos y ustedes consideramos que la teología de la liberación es útil y necesaria”.
IHU On-line En 2012, conmemoraremos el 50º aniversario de la Convocatoria del Concilio Vaticano II, aniversario que también inspira la promoción del Congreso Continental de Teología. ¿Cómo este acontecimiento puede iluminar a la Iglesia en el contexto actual?
Sergio Torres – La Iglesia de América Latina y el Caribe acogió con gran entusiasmo el Concilio. Inclusive, estaba preparada para hacerlo. Más aun, no sólo leyó y aplicó el Concilio, mas también lo interpretó a partir de nuestra realidad social, económica y cultural. El concepto de Iglesia como Pueblo de Dios, fue acogido con gran naturalidad, pues, en esa época, se estaba desarrollando la conciencia del pueblo, como un actor importante que asumía su papel protagónico y proponía grandes cambios en la estructura de la sociedad. La cultura latinoamericana, solidaria y fraterna, vivió con alegría y entusiasmo la identidad de una Iglesia comunitaria, en que obispos y fieles, en el lenguaje de la época, se sentían parte de un proyecto común y horizontal de Iglesia misionera y renovada.
La historia también muestra que, tanto en Europa como en América, después de los primeros años de entusiasmo por el Concilio, surgieron diversas interpretaciones sobre el verdadero significado de sus documentos con las orientaciones y conclusiones pastorales. En América Latina, también hubo un proceso de involución y restauración. Algunos sectores consideran que el Concilio, en algunos aspectos, había ido demasiado lejos y que era necesario retomar una línea más tradicional en varios niveles.
El 50º aniversario del inicio del Vaticano II es un momento muy oportuno para releer el Concilio. Los grandes documentos, especialmente Lumen Gentuim y Gaudium et Spes , tienen intuiciones permanentes que son muy pertinentes para la situación actual. El espíritu democrático y el deseo de participación exigen una Iglesia comunitaria, participativa y solidaria. La apertura al mundo hoy en día adquiere nuevos aspectos y enfrenta grandes desafíos. Hay problemas nuevos que no fueron considerados en el Concilio, pero tenemos las herramientas que nos permiten enfrentarlos. Tanto la teología de la liberación, por sí misma, como el próximo Congreso de 2012, pueden contribuir mucho en abordar de una nueva manera estos desafíos.
IHU On line – En 2012, también celebramos los 40 años de la publicación del libro de Gustavo Gutiérrez. A partir de esa obra inaugural, ¿cuáles fueron y son las principales contribuciones de la teología de la liberación en el contexto de América Latina? ¿Cuál es el significado de la liberación hoy?
Sergio Torres – El surgimiento de la teología de la liberación significó un momento importante en la historia de la teología en general. Antes de ella, se consideraba que había solo una única teología universal, en la línea de de la expresión de San Pablo, "Un sólo Señor, una sola fe, un solo bautismo”. Sin negar de manera alguna este principio fundamental, la teología de la liberación abrió la perspectiva contextual. Creemos en un solo Señor, pero lo hacemos a partir de nuestros contextos y de nuestras situaciones y culturas propias y diferentes. El contexto permite profundizar en algunos aspectos del único mensaje y volverlo más creíble para personas de diferentes culturas. Nacida en América Latina, la teología de la liberación se extendió hacia África y Asia y, además, generó experiencias de teología contextual en América del Norte y Europa.
La teología liberadora contribuyó con otros elementos a la reflexión teológica tradicional. La teología reflexiona sobre el misterio de Dios descubriéndonos "lugares teológicos” permanentes como la Biblia, la Tradición, la Liturgia, el Magisterio, la enseñanza de los teólogos etc. La teología de la liberación agregó otro "lugar teológico”: descubrir la presencia de Dios en la "fe que actúa por la caridad”, especialmente en los pobres que iluminados por su fe y por el seguimiento de Jesús, luchan por su liberación.
El concepto de liberación se amplió y enriqueció. En un primer momento, se habló de la liberación de los pobres entendidos como los obreros de las industrias y de las fábricas de las grandes ciudades del continente. Posteriormente, el concepto de pobre también se fue profundizando. Los pobres son los excluidos, los marginados, los que no tienen voz, los son discriminados o como se dice hoy, "el otro”. Actualmente, el concepto de liberación expresa la salvación y la liberación que Jesús nos trae, incluyendo muchos términos que se refieren a la salvación de sectores postergados y oprimidos, en la actual situación cultural y social.
Hoy en día, no existe una única teología de la liberación. Hay un pluralismo teológico, abierto, más fiel a algunas intuiciones y principios básicos de la primera teología de la liberación. Esta teología aun tiene mucho que dar de sí misma. Por ejemplo, debe continuar articulando la contribución propia y complementaria de los teólogos académicos con la de los teólogos de base. Además, también se demanda que los profesionales no solamente hablen ‘para’ los pobres, sino a partir de los pobres y con ellos.
IHU On line – En un momento histórico de mayor democracia y desarrollo en Latinoamérica, ¿cómo ve Ud. a Iglesia regional?
Sergio Torres – La historia económica, social y política ha sido marcada por grandes etapas que incluyen los procesos desarrollistas de los años 1950 y 1960, las dictaduras de los años 1970 y 1980 y la recuperación de la democracia en el nuevo contexto de la globalización neoliberal. La Iglesia jerárquica y la Iglesia de base han estado presentes de diferentes formas en esos procesos históricos. Actualmente, da la impresión que no tenemos respuestas muy definidas antes los nuevos desafíos. Lo que aprendimos en las etapas anteriores no es suficiente para actuar en el momento presente. Hay desafíos nuevos como los provenientes del crecimiento de la población mundial, del cambio climático global y del agotamiento de los recursos naturales que amenazan la misma sobrevivencia de la vida en el planeta.
La teología de la liberación y la acción social de la Iglesia se basan en el protagonismo del pueblo y en una teoría social crítica que permite interpretar las causas de la pobreza y proponer estrategias viables de desarrollo y de liberación. Ambas cosas hoy en día son insuficientes. La movilización es débil e inorgánica, y no hay una teoría social común que permita enfrentar al neoliberalismo.
Sin embargo, hay un elemento positivo. La teología de la liberación está mejor preparada que otras instituciones e ideologías para interpretar lo que está aconteciendo actualmente con el mal estar global y las protestas de los "indignados”. Este mal estar se debe a la crisis de un paradigma de civilización y exige un nuevo modelo de sociedad con participación ciudadana, regulación y control de la economía financiera. Por otra parte, sería necesario llegar a nuevos modelos y criterios de gobernanza mundial. Para esto sería necesaria una reforma de la organización interna de las Naciones Unidas.
El Foro Social Mundial, en sus diversas versiones, proporcionó nuevas herramientas para animar los movimientos sociales y crear un nuevo estilo de hacer política. Pero estas aspiraciones no fueron suficientes para crear una fuerza transformadora y renovadora. Mientras tanto, nosotros cristianos, estamos llamados a vivir el Evangelio en pequeñas comunidades y a participar en los movimientos sociales actuales y en otras iniciativas que permitan progresivamente ir abordando los problemas más globales, tales como las redes sociales del internet.
IHU-On line – Específicamente con relación a la Iglesia chilena, recientemente hubo el caso del P. Fernando Karadima, condenado por el Vaticano por abusos sexuales de menores. ¿Cuáles están siendo las proyecciones y las consecuencias de este caso en Chile?
Sergio Torres – El caso de este sacerdote tuvo una profunda repercusión en todo la Iglesia chilena, porque él estaba relacionado con un amplio grupo de sacerdotes diocesanos, que incluía a cinco obispos. Además, personalmente el tenía fuertes vínculos con laicos de gran influencia en la vida social y política del país, por su poder económico. Era tal la credibilidad de este sacerdote, que la jerarquía demoró en iniciar la investigación del caso, lo que trajo un mayor perjuicio para la iglesia. Felizmente, después de la vacilación inicial, el caso fue acogido y e investigado.
Las consecuencias fueron muy negativas para la credibilidad de la Iglesia, pero al mismo tiempo, hay aspectos positivos que es necesario destacar. La opinión pública estaba cansada de una actitud autoritaria ante los problemas éticos relacionados con la sexualidad. Este caso demostró que, en la vida de los sacerdotes, también se daban situaciones muy condenables. Se apuntó que una de las causas del escándalo legítimo que se produjo, viene de la falta de transparencia y por el ocultamiento de casos específicos por parte de la misma jerarquía. Se reconoció con razón que, en casos de pedofilia, no está incluido solamente el problema de la sexualidad y de los abusos, también, y tal vez principalmente, el problema del mal uso de la autoridad. Se puso en duda, y con razón, que la ordenación otorgue a los sacerdotes una autoridad excesiva y sin límites. Es hora de actualizar lo que Vaticano II dijo, de que la autoridad es un servicio y que en la Iglesia no debe suceder, como dijo Jesús, lo que sucede con las autoridades de este mundo.
[Tradução: Ricardo Zúniga - ricardozunigagarcia@gmail.com].
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