La recibí por herencia y desde niño la he cargado, pero nunca paso del inicio del camino. Es pesada y me ha herido la espalda tantas veces que se me hicieron callos, hay veces la pongo encima de una piedra, descanso un rato y vuelvo a la tarea y siempre al principio del camino. Mejor me hubiera agarrado una bofita, digamos de tuzas, me río de lo dicho y vamos continuando con el bregar de siempre. Hay veces me he dicho: si solamente fueras para mí ya te hubiera tirado al barranco y me hubiera tirado agarrado de ti para que los dos muriéramos al mismo tiempo y de lado a lado, el problema es que me perteneces y no me perteneces, porque no eres mía, sino que a mí me toca llevarte, pertenece a todos pero no todos se animan a cargarla, ni han querido ayudarme a cargarla.
Después de tantos siglos de cargarte quizá los dos hemos enloquecido. Platicamos. Hablamos de cómo sería mejor el viaje y siempre me sales con lo mismo, que es mi deber empujarte hasta los confines. Cuántas veces te he maldecido para amarte más, algunos trataron de ayudarme y ni siquiera se la pudieron echar al hombro y no es que yo sea fuerte o más fuerte que ellos, lo que pasa es que es el tiempo de irla cargando y aun cuando no avance he aprendido a que nos se me caigan y me la vayan a lastimar como los otros que se les cayó.
He aprendido a amarte cuando sangran mis tejidos. Hubiera sido mejor que tuvieras la forma de la Cruz de Cristo para agarrarte de los brazos e irme ligero hasta donde tú quieres, que te lleve o quieras llevarme. Hay veces me cansas con tu repetir enfático, que te lleve íntegra que las cargas partidas y no repartidas no sirven de nada y me duermo en tus senos y me das más fuerzas y cuando despierto y aun dormido a empujar de nuevo.
Unos parraquianos al verme sudando me gritan: tírala al carajo, no puedes con ella, no sirve de nada. Caminamos tanto y nunca llegamos. En el atrio de una vieja iglesia la vieja sotana me acusa de hereje: tú no eres ni Cristo y esa no es su cruz, pero tú reclamas, sigamos, sigamos.
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