Vio al pueblo marchar en silencio hacia el matadero cargando su propio lazo para la horca.
Vio a los políticos de fango, a sus orates engañar al pueblo con la eterna promesa de un futuro mejor y nada para el presente y siempre los otarios rindiendo pleitesía y aplaudiendo sus majaderías.
Las escuelas cerradas, los televisores encendidos, las cantinas abiertas y las chozas caídas. Durmiendo en lodazales; pero usando levis. Cambiando huevos indios por helados, vendiendo la gallina para comprar pollo campero.
Parece que están dormidos desde hace 518 años. Maldición. La indiferencia es la peor enemiga.
Somos capaces de todo, menos de unirnos y luchar por la causa colectiva de los pueblos. Somos capaces de callar nuestro dolor y nos volvemos mudos para denunciar a nuestro enemigo. Somos capaces de erigir los más grandes edificios, pero incapaces de reflexionar el por qué dormimos en el suelo.
Cuando con esfuerzo, algunos se organizan para defender los intereses de la colectividad, somos los primeros en atacarlos hasta destruirlos, somos críticos de todo, pero incapaces de auto criticarnos.
Nos han metido el liberalismo hasta en la forma de hablar, vestirnos, de caminar, de amar, somos capaces de odiarnos hasta la destrucción, pero incapaces de amarnos para la superación, pareciera que todo lo ganó el sistema opresor y que hay sillas donde menos las esperas.
Siempre hemos caminado en escaleras flojas y nos hemos sentado en sillas sin respaldo.
El “sólo el pueblo salva al pueblo” jamás ha existido entre nosotros, sino el siempre el pueblo asesina al pueblo.
Podríamos tener a Marx entre nosotros y lo mataríamos por loco, a Cristo por porno y al Che por asmático.
Vemos que el sol alumbra y maldecimos, “el maldito sol”, pero jamás nos preguntamos qué pasaría si dejara de alumbrar.
Algunos que medio saben se vuelven ególatras mitómanos: hablan y actúan como cónsules al frente de los débiles, pero palidecen cuando sale a la luz su ignorancia. Le temen al debate y se esconden en la furia y la amenaza. Eponimos de la ignorancia disfrazada.
Ha visto a su jauría poblar los ministerios, direcciones nacionales, la academia y de pronto se opacan como astros sin luz propia. Todos esclavos de la falacia capitalista. Ah togados de la infamia y la falacia!
El viejo está triste y dudoso de su especie. El hombre se dijo, el único animal capaz de odiarse así mismo.
Piensa que no hay cosa más fácil que auto engañarse y mayor estupidez que creer el autoengaño como sabiduría.
Agarra su alforja de sueños, se marcha y exclama: “Quizá merezcamos la tragedia”, es nuestro único fruto del árido semillero.
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