Las FPL,
una guerrilla enorme y poderosa, sectaria y dogmática
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| Salvador Cayetano Carpio, fundador de las FPL | |
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El primero de abril de 1970, cuatro obreros y tres estudiantes de medicina se reunieron en secreto para constituirse en el primer comando de la que llegaría a ser en El Salvador, con el correr de los años, la g
uerrilla más grande y poderosa, pero también la más dogmática y sectaria.
Por esos tiempos El Salvador era un hervidero de batallas políticas y sociales en contra de un régimen militar autoritario entronizado desde 1932. La única organización de izquierda existente en ese momento, el Partido Comunista, había debatido larga pero infructuosamente la posibilidad de lanzarse a la lucha armada.
Ante el cierre progresivo de los espacios para la lucha política legal, y estimulados por el triunfo de la revolución cubana y por la ola de rebeldía juvenil que por entonces se abría paso en el mundo entero, los jóvenes universitarios politizados prácticamente no discutían otra cosa que no fuera la vía violenta hacia la toma del poder político.
De hecho, un grupo de esos jóvenes, formados en su
mayoría en la corriente social cristiana, ya se había lanzado al intento, formando el núcleo inicial de lo que se convertiría en el Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP.
Ruptura y nacimiento
Pero los siete conjurados de aquel primero de a bril de 1970 provenían de otra tradición ideológica. El 30 de marzo, apenas un día antes del cónclave clandestino, habían renunciado a su militancia en el partido comunista, del cual uno de ellos, Salvador Cayetano Carpio, había sido el máximo dirigente en los últimos seis años.
Carpio, un panadero de 51 años de edad, se había enrolado en las luchas sindicales desde 1943, y por ello había sido perseguido encarcelado en varias ocasiones. A finales de los años cuarenta se integró al partido comunista; en 1953 cayó preso de nuevo y fue torturado por la policía. Cuando salió de la cárcel, después de veintiún días de mantenerse en huelga de hambre, sus camaradas lo enviaron a Moscú para que realizara estudios de marxismo-leninismo en
Despu
Su radicalidad ideológica, en ese punto, generaba un permanente conflicto con los dirigentes comunistas provenientes de la clase media y aun de estratos económicos altos, intelectuales en su mayoría. A principios de la década de los sesenta, la dirigencia comunista acordó comenzar a preparar para la lucha armada a un grupo de cuadros, algunos de los cuales fueron enviados a
Carpio, más ligado al trabajo sindical del partido, no tuvo mayor incidencia en ese primer esfuerzo y más bien lo impugnó por considerarlo una desviación militarista que aislaba al partido de la lucha de masas. El proyecto fue declinando poco a poco, y ya en 1963 la policía desmanteló la estructura secreta y capturó a Schafik Hándal.
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Años después, ya convertido en el comandante Marcial, máximo jefe de las Fuerzas Populares de Liberación, FPL, Carpio le confiaría a Marta Harneker, en una entrevista recogida en el libro “Con la mirada en alto”, su propia evaluación de aquél intento:
“La desviación militarista consistió en el desprecio del papel del movimiento de masas. Se sostenía que los sindicatos en El Salvador no tenían razón de ser, que solo la tenían en países industrializados como los europeos. Ese desprecio al movimiento de masas y la tendencia a concentrarse solo en la preparación militar florecieron en el partido. Paradójicamente fuimos nosotros, que estábamos por la integración de la lucha armada a la línea del partido, quienes tuvimos que dar la batalla ideológica contra esa desviación militarista”.
Sin embargo, en el ya citado libro de Marta Harneker, otro miembro de la dirigencia de las FPL, Gerson Martínez, propone una explicación diferente a la de Carpio: “La crítica de Marcial contra aquellos balbuceantes esfuerzos militares se tradujo en una suerte de contrapeso a esa actividad. Pienso que en el fondo él sentía que ese eslabón tenía condiciones para convertirse en la fuerza militar de la revolución en aquellos primeros instantes, y en sus adentros no aceptaba no estar a la cabeza de ese intento”.
Como quiera que fuese, lo cierto es que al enfocarse en la preparación militar, la influencia del partido comunista en los sindicatos se debilitó considerablemente. Al asumir la dirección del partido, Carpio se concentra de nuevo en el trabajo de organización obrera, inyectado en los sindicatos un elevado nivel de combatividad que culminó, hacia finales de los sesenta, con intensas jornadas de protestas y huelgas.
El panadero estuvo personalmente al frente de esas luchas, mostrando una tenacidad extraordinaria y un temple combativo demostrado palmariamente en su capacidad de resistencia ante la persecución, la cárcel y la tortura. Su gesta comenzaba a ser legendaria.
El plan de Carpio consistía en desatar la violencia insurreccional de las masas. Pero esa voluntad, al menos según su propia percepción, se enfrentaba a la oposición de un bloque de derecha enquistado en la dirigencia comunista. Ese bloque, “burocrático y legalista” a juicio de Carpio, se inclinaba hacia las formas legales de la lucha política, principalmente hacia la construcción de alianzas electorales con sectores con sectores que Carpio consideraba pequeñoburgueses.
Desatada la pugna ideológica entre esas dos corrientes, las posiciones de Carpio fueron finalmente derrotadas en los órganos de dirección partidaria. Aislados, Carpio y sus seguidores más cercanos optaron por la renuncia y por el compromiso de fundar una nueva organización cuyo principal esfuerzo, en esa fase inicial, se centraría en el aspecto militar.
Carpio y sus compañeros se clandestinizaron y a los pocos días comenzaron a ejecutar sus primeras acciones, que básicamente consistieron en asaltar a policías y vigilantes nocturnos para quitarles las armas. En los medios obreros, donde eran muy conocidos, comenzaron a preguntar por ellos, y pronto comenzó a rumorearse de que estaban formando una guerrilla. Al parecer no eran pocos los que querían sumarse a ese nuevo esfuerzo, pero ello implicaba una grave amenaza de desprendimientos dentro del partido comunista.
Para conjurar ese riesgo, la dirigencia comunista comenzó a propalar una especie: quienes habían abandonado el partido eran provocadores al servicio del enemigo, y concretamente eran instrumentos de
Esa acusación, o más bien la tendencia a considerar como alta traición a toda disidencia política, habría de marcar el aspecto más negativo de la izquierda salvadoreña en su conjunto, y sería la base directa de al menos tres de los hechos más dramáticos que marcan su historia: el asesinato de Roque Dalton, el asesinato de la comandante Ana María y la sanguinaria purga masiva ejecutada por el comandante Mayo Sibrián.
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