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La Gaceta histórica |
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El
martes 9 de julio de 1816 no llovía como aquel 25 de mayo de hacía
seis años. El día estaba muy soleado y a eso de las dos de la tarde los
diputados del Congreso comenzaron a sesionar en Tucumán. En medio de
los gritos de la gente que miraba desde afuera por las ventanas y de
algunos colados que habían logrado entrar a la sala, se firmó el Acta
de la Independencia que declaraba “solemnemente a la faz de la tierra,
que es voluntad unánime e indubitable de estas provincias romper los
vínculos que las ligaban a los Reyes de España, recuperar los derechos
de que fueran despojadas e investirse del alto carácter de nación
independiente del Rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”.
La declaración iba acompañada de un sugerente
documento que decía “fin de la Revolución, principio del Orden”, en el
que los congresales hacían explícita su preocupación de dar una imagen
de moderación frente a los poderosos de Europa que, tras la derrota de
Napoleón, no toleraban la irritante palabra revolución.
Era además una franca expresión de deseo, una ardiente
esperanza de que tras la declaración de independencia, tan largamente
esperada y postergada, lograran saldarse las diferencias internas y
darse definitivamente a la tarea de organizar el nuevo país, todavía inexistente.
La tarea no era fácil. En 1810, apenas iniciada la
revolución, los patriotas de Mayo se encontraron frente a una de las
grandes disyuntivas. Santiago de Liniers, héroe de la Reconquista, se
había sumado a la contrarrevolución. Su fusilamiento sumaría rupturas
al interior de las filas patriotas. A los desacuerdos políticos
internos, se agregaron las pujas y los intereses locales de las
distintas partes del ex virreinato y la hábil diplomacia de potencias
extranjeras que metían la cola para acarrear beneficios a sus países.
La declaración de la independencia logró durante algún
tiempo contener las luchas intestinas, trajo esperanzas y renovó las
ilusiones en una organización duradera. Pero la unión y el consenso no
serían de largo aliento, y son todavía tan necesarios como entonces
para la construcción de nuestro futuro como nación. |
Felipe Pigna |
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El Rescate |
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Esta
sección está destinada al rescate de documentos históricos
trascendentes tanto para la investigación histórica como para el
estímulo de la reflexión presente. El material seleccionado –cartas,
artículos, entrevistas– se encuentra en sintonía con algunas de las más
destacadas efemérides del mes. |
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Independencia, dependencia y guerra civil |
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El
9 de julio de 1816 en la casa que había prestado gentilmente doña María
Francisca Bazán, los diputados que habían llegado de todos los puntos
del ex virreinato declararon la Independencia de las Provincias Unidas
del Río de la Plata. Comenzaba una nueva etapa para lo que empezaba a
ser nuestro país.
Éramos independientes políticamente “de España y de toda
dominación extranjera”, pero la metrópoli nos había dejado en una
situación económica muy delicada, que conduciría a una dependencia
económica de otras potencias europeas. España no sólo no había fomentado
el desarrollo industrial en sus colonias americanas, sino que hizo todo
lo posible para obstaculizarlo y poner trabas al comercio entre las
distintas regiones del extenso territorio. España misma tenía una escasa
producción industrial, que no alcanzaba a cubrir las necesidades
básicas de sus habitantes y debía importar la mayoría de los productos
elaborados. |
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Una despedida anticipada de Evita a Perón |
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El
26 de julio de 1952 murió Eva Perón. Desde 1944 acompañaba al futuro
líder justicialista en el vaivén de la actividad política y no tardó en
abandonar su carrera para entregarse de lleno a las luchas de su
compañero.
En 1947, Perón decidió enviarla a Europa en su nombre y
en representación de la “Nueva Argentina”. Reproducimos en esta ocasión
la carta que Evita escribió a Perón en junio de aquel año al iniciar
aquella “gira del Arco Iris”. La carta es una especie de testamento, una
despedida, ante el temor de sufrir un accidente y morir durante el
viaje.
Evita no murió en aquella travesía. Muy por el
contrario, su gira por Europa, aunque por demás extenuante,
paradójicamente la llenó de vitalidad y la impulsó a ocupar un lugar
relevante en la política nacional.
Los cinco años que siguieron fueron de una actividad
febril y desesperada. El voto femenino, la Fundación Eva Perón, la
ciudad estudiantil, colonias de vacaciones, los hogares de tránsito, los
derechos de la ancianidad, los policlínicos, la ayuda social directa,
la creación del Partido Peronista Femenino fueron algunas de las tareas
a las que se entregó sin descanso.
No paró ni ante los primeros síntomas de una enfermedad a
la que no atendió y que terminó por consumirla en menos de dos años
aquel 26 de julio de 1952. Tenía apenas 33 años. |
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Juan José Castelli |
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Juan
José Castelli nació en Buenos Aires el 19 de julio de 1764. Estudió
filosofía en el Real Colegio de San Carlos y en el Colegio Montserrat
de Córdoba. Se recibió de abogado en la Universidad de Charcas.
Era primo y amigo de Manuel Belgrano, quien lo designó
como suplente de la Secretaría del Consulado en 1796. Junto a Belgrano,
Rodríguez Peña y Vieytes, fue uno de los precursores de la Revolución
de Mayo. Castelli fue comisionado para intimar al virrey Cisneros a que
cesara en su cargo y participó activamente en el cabildo del 22 de
mayo derribando con su vibrante oratoria los argumentos de los
representantes del Virrey, que lo calificaban de “subversivo” y
“principal interesado en la novedad”, o sea en la revolución. A partir
de entonces, lo llamaron "el orador de la revolución".
Fue uno de los vocales más activos de la Junta de mayo y
uno de los más cercanos a las ideas del secretario de Guerra y
Gobierno, Mariano Moreno. Se le encargó la represión de la
contrarrevolución de Santiago de Liniers en Córdoba y no le tembló el
pulso a la hora de ordenar su ejecución.
Luego se le encomendó la misión de ocupar el Alto Perú.
Castelli partió al frente de aquel ejército de la patria con lo poco que
había, con el pobrerío que lo seguía y con una revolución por hacer.
Iba hacia las tierras que no pudieron liberar Túpac Amaru y Micaela
Bastidas; iba a hacerles justicia. Uno de los pocos cañones del ejército
patriota se llamaba Túpac Amaru y el delegado de la junta soñaba con
apuntarlo al centro del poder español de esta parte del continente. |
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Remedios, ungüentos, dolencias del ayer |
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Una
sección que intenta arrojar un poco de luz y en ocasiones alguna
sonrisa sobre las creencias y prácticas en medicina de otros tiempos. |
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Louis Pasteur, su testamento científico y filosófico |
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Cumplidos
los 18 años, pocos podrían creer que Louis Pasteur, nacido en Dôle,
Francia, en 1822, llegaría a ser el fundador de la microbiología moderna
y daría grandes inventos a la humanidad, como la práctica de la
vacunación preventiva y la esterilización.
Proveniente de una familia ajena a la medicina, fue recién tras
terminar sus estudios básicos que comenzaría una imparable carrera como
docente e investigador. A los 23 años, alcanzó la licenciatura en
Ciencias en la Escuela Normal Superior de París y, dos años más tarde,
el doctorado. Siendo profesor de química en la Universidad de
Estrasburgo, secasóen 1849 con María Laurent, la hija del rector, con
quien tuvo cinco hijos, de los cuales sólo dos superaron la infancia.
En 1854, a los 32 años, ya era decano y profesor de química de la
Facultad de Ciencias de Lille, donde impulsó una novedosa iniciativa, al
promover cursos nocturnos para jóvenes trabajadores. La investigación
universitaria y la producción fabril constituían, para él, un universo
inseparable, contribuyendo en los procesos de producción de textiles,
alimentos y bebidas.
Poco tiempo después, fue convocado como director de Estudios
Científicos en la Escuela Normal Superior de París, y continuó con sus
investigaciones sobre fermentación y ácidos lácticos. A pesar de un
derrame cerebral que le paralizó medio cuerpo, Pasteur avanzó con los
descubrimientos de remedios para distintas infecciones y estableció los
principios básicos de la esterilización. Justamente, este proceso de
aniquilación de microbios en líquidos le fue reconocido en la misma
denominación: pasteurización.
Con posterioridad, en 1881, descubrió -en razón del experimento de un
científico inglés- que una enfermedad muy grave podía prevenirse
inyectando en el ser vivo un virus similar de menor intensidad. Daba así
el nacimiento a los sistemas de vacunación que constituyeron uno de los
mayores logros de la humanidad.
El 6 de julio de 1884, lograría aplicar esta invención a la cura de
la rabia sobre el hombre, que le dio fama universal. Salvó en esta
ocasión a un niño de nueve años llamado José Meister. En junio de 1887,
el gobierno francés creó por decreto el instituto que llevaría su
nombre, del cual saldrían luego ocho premios Nobel y descubrimientos tan
relevantes como, en 1983, el virus del sida.
A pesar de sus logros, no le faltaron a Pasteur los críticos, que
afirmaron que sus teorías eran “ficción ridícula” o, aun más, lo retaron
a duelo. Pasteur murió en St. Cloud, Francia, el 28 de septiembre de
1895 a los 72 años de edad.
Para recordarlo transcribimos a continuación el discurso que preparó
para la inauguración del Instituto Pasteur, el 14 de noviembre de 1888,
cuando ya era una figuraconsagrada,respetada no sólo en Francia sino en
el mundo entero.
El discurso, leído por uno de sus hijos ante la emoción que lo
embargaba, es casi un testamento científico a las futuras generaciones,
con un profundo mensaje filosófico, dirigido al entonces presidente de
Francia, Marie François Sadi Carnot, presente en aquel acto fundacional.
Concluía señalando en aquel célebre texto que dos leyes opuestas se
dirimían por aquellos tiempos, “una ley de sangre y muerte, que inventa
cada día nuevos medios de combate y obliga a los pueblos a estar siempre
prevenidos para la guerra” y una “ley de paz, de trabajo y de salud,
que sólo procura librar al género humano de los flagelos que lo
amenazan”. Y expresaba su deseo de que la ciencia francesa obedeciera
“siempre a los dictados de la ley humanitaria y se esforzara por
prolongar los límites de la vida”. |
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