Anoche vi al infinito y estaba rojo tan rojo como un clavel o esas rosas que de rojas se ven hasta ocres, como potros retintos cabriolando antes de la tempestad y me dije: no es natural que el infinito se ponga tan rojo como la sangre maya.
como el pedazo de Izalco donde asesinaron al pueblo
el 32 o como los sitios de más de sesenta masacres
perpetradas por los sicariatos areneros durante
la pasada guerra o tan roja como el pedazo del cerro del Tacuazín donde
los curas decapitaron al Rey de los Nonualcos o como el río de Sangre
que fue el Sumpúl aquel 14 de mayo de 1980 o como el púlpito de la
iglesia la Divina
Providencia cuando del pecho de Monseñor Romero
salieron millones de rosas rojas, o como la grama de la UCA enrojecida
por la sangre jesuita el 16
de noviembre de 1989 o como las calles y
campos salvadoreños enrojecidos por la sangre de más de cien mil héroes y
heroínas de nuestro pueblo, no se me dije, por la ventana le eché una
mirada al infinito, había un puñado de estelas blancas como millones de
alas migrantes, volví a mi petate, ya no dormía, pero veía y vivía el
rojo
del infinito eternizarse.
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