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Si para pagar un apartamento de una habitación en Estados Unidos se
tiene que ganar 8,89 dólares la hora, ¿cómo sobreviven los que ganan
cinco o seis?
Protesta de trabajadores de una cadena de comida rápida en Chicago
por el aumento del salario mínimo hasta 15 dólares por hora. Foto: Kamil
Krzaczynski / Efe.
Esta brecha es la que, entre 1998 y 1999, la afamada periodista estadounidense Barbara Ehrenreich decidió indagar. Ehrenreich se preguntó cómo sería la vida de aquellos que trabajan por el salario mínimo por hora en Estados Unidos. Si el cálculo inicial para que una persona pueda pagar un apartamento de una habitación en Estados Unidos es que tiene que ganar a partir de 8,89 dólares la hora, ¿cómo vive alguien que gana cinco o seis? ¿Y qué hay de las familias monoparentales? ¿Y aquellos que enferman? ¿Viven o sobreviven?
Por cuatro duros, de Barbara Ehrenreich
El resultado fue Por cuatro duros: cómo no apañárselas en Estados Unidos, una exhaustiva crónica en primera persona -en la tradición de otros libros de investigación como Cabeza de turco de Günter Wallraff- que ahora recupera la editorial Capitan Swing. Su impacto en Estados Unidos fue incalculable, ya que destapó algo de lo que la mayoría de norteamericanos no tenían conocimiento: el trabajo de salario mínimo implica una esclavitud de cuerpo, mente y futuro.
El trabajador de la miseria estadounidense es un siervo común -alcanza al 30% de la población cuando la autora realizó el libro-, al que se le niegan los derechos más básicos y que, a medida que avanza su periplo como asalariado, debe renunciar a cualquier idea de movilidad social, puesto que jamás la alcanzará. El mito del estadounidense que puede llegar a todo lo que se proponga queda destrozado en una obra que, entre otras cosas, ratifica:
- No eres nadie. Cuando trabajas en una tarea
considerada poco cualificada -aunque esto sea más que discutible, por el
nivel de atención, esfuerzo y destreza que requieren todos estos
trabajos- no tienes una identidad reconocible. Si eres camarera eres
"cariño", "rubia" o "nena". Como dependienta, eres simplemente el nexo
al que quejarse, y como empleada del hogar, la máquina de la que
disponer.
- La movilidad se reduce y los costes aumentan.
Trabajar por poco dinero implica, necesariamente, buscar un lugar donde
vivir que se ajuste al precio que puedes pagar. En consecuencia, la
cronista se ve obligada inmediatamente a optar por un apartamento de una
habitación, una caravana en un párking o, si no puede pagar el depósito
de las dos primeras opciones, una habitación en un motel. Para poder
permitirse una de estas tres cosas, deben estar situadas a 45 minutos o
más en coche de su lugar de trabajo.
- La pobreza es un pez que se muerde la cola en el sistema. Teniendo en cuenta el coste de la gasolina y de la vivienda, el 80% del salario que gane irá destinado a pagar estos gastos.
- La falta de tiempo y espacio implica que no se puede ahorrar en cocinar y comprar comida nutritiva y barata. Si no tienes seguro médico, además, por el tipo de trabajo que realizas acabas teniendo problemas de salud que cuestan dinero.
- La salud se resiente. La obra ahonda en esta
espiral desesperante, que se perpetúa. Si no ganas suficiente dinero con
un trabajo -y se evidencia que nadie lo gana cobrando 120 dólares por
semana-, debes tener dos. Y al tener dos, surge la fatiga, los problemas
de articulaciones, de respiración, sedentarismo, obesidad...
- La falta de conocimiento es clave. Este punto
también desquicia a la cronista, y con ella al lector. ¿Por qué algunos
de sus compañeros no buscan un trabajo mejor pagado, pudiendo obtenerlo?
¿Por qué la gente no se organiza y se queja cuando no les dejan más de
cinco minutos para comer? ¿Por qué no optan por una comida algo más
nutritiva si cuesta lo mismo que la que comen? Sencillamente, porque no
saben. Es simple y aterrador. No lo saben. Y de eso se aprovechan los
jefes que les contratan, los encargados que les obligan a trabajar sin
una pausa y las compañías que les venden los productos que consumen, y
eso incluye las hipotecas basura.
- Se fomenta la delación. En el trabajo de
remuneración mínima, Ehrenreich aprende que el compañerismo se confunde
con rebelión de corte marxista. Para muestra, los cuestionarios que le
presentan a cualquiera que se presente a ser dependiente en una tienda, o
camarero en un bar. "¿Delatarías a un compañero si ves que hace algo
inadecuado?". "¿Qué opinas de aquellos que consumen sustancias
ilegales?". El control de la fuerza de trabajo implica al cuerpo y a la
mente a través de la más que común exigencia de tests de personalidad,
muestras de orina y cuestionarios, cuanto menos dudosos.
- Los derechos básicos no existen. A los trabajadores de Wallmart les encierran para que no puedan salir cuando acaban su turno si se decide que tienen que hacer horas extras que no les pagan. Esta imagen resume una ínfima parte de la conclusión más evidente del libro. Si no hay poder público dispuesto a garantizar una mínima protección al ciudadano, no queda nada. Ni el derecho a la salud, ni al trabajo digno, ni a la vivienda adecuada, ni a la información, ni a la protesta.
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