Foto: en.wikipedia.org
Así,
la surcoreana Yun Mi Kin participó en competiciones de patinaje en
pista corta en la Olimpíada de 1984 cuando tenía apenas trece años. El
campeón olímpico más joven fue el niño francés Marcel Depailler,
timonero de la pareja del equipo de Holanda en 1900, a la edad de diez
años. Tampoco faltan ejemplos opuestos. La campeona de más edad es la
esquiadora soviética Raísa Smetánina. Ganó su última medalla en los
Juegos de Albertville varios días antes de cumplir los cuarenta. El
atleta más viejo fue el sueco Oscar Swan. En 1920 ganó la medalla de
plata a la edad de setenta y dos años en tiro: disparos aislados a la
distancia de cien metros. El récord de “longevidad” de actuaciones en
los juegos olímpicos de cuarenta años, pertenece a tres atletas. El
esgrimista danés Ivan Joseph Martin Osiier actuó de 1908 a 1948, el
noruego Magnus Andreas Thulstrup Clasen Konow y el británico Darvard
Randolph Knowles participaron en competiciones de veleros de 1948 a
1988.
El
patinaje de parejas femeninas se ha olvidado hoy. En el siglo XIX e
incluso a inicios del XX era casi la única disciplina del deporte que
permitía a las representantes del bello sexo participar en los juegos
olímpicos.
A
las féminas no se les permitía patinar en solitario, se consideraba
peligroso para ellas. Y ellas podían actuar tan solo en pareja. Quien
era su pareja no tenía importancia, lo principal era que salieran a la
cancha dos deportistas que sostuvieran una a la otra para que no se
cayera ninguna. La revolución en patinaje artístico fue realizada por la
inglesa Madge Sayers. Ella logró una calificación complementaria en el
campeonato del mundo de 1901, cumpliendo varias veces sin errores ante
los árbitros el programa individualmente. Y los árbitros dejaron pasar a
la muchacha a las competiciones, en las que ella rivalizaba con
varones. En 1906, a iniciativa de esta misma Sayers, se llevaron a cabo
las primeras competiciones individuales de féminas. Después de esto, las
parejas femeninas desaparecieron del programa de los campeonatos del
mundo. Pero algunos países continuaban efectuando competiciones
nacionales en esta modalidad. El más resonante fue el campeonato de la
República Democrática Alemana de 1949, que ganó el dúo Jutta Müller e
Irene Salzmann. Esta victoria les permitió a las jóvenes entrar en el
“gran deporte”. Ellas actuaban en disciplinas olímpicas y luego pasaron a
ser entrenadoras, unas de las mejores en la historia del patinaje
artístico alemán.
Las
instalaciones de la zona alpina de Sochi están listas para recibir a
los deportistas y huéspedes de la Olimpíada. En muchas de ellas se
realizaron ya competiciones de prueba. Pero algunas de ellas, por
ejemplo, el trampolín Montes Rusos tan solo “entran en el gran deporte”.
El
tren que va a Krásnaia Poliana, zona alpina, en la que se encuentran
las instalaciones olímpicas, parte de la estación ferroviaria central de
Sochi. Al pagar ciento doce rublos o cuatro dólares, aproximadamente, y
al escuchar con atención las explicaciones del cajero de cómo pasar al
andén necesario, el hincha se pone en camino. El tren arranca despacio y
transita a lo largo de la costa del mar Negro. El susurrar de las olas
del mar se oye debajo del vagón. Una brisa ligera agita las palmeras
eternamente verdes, en lontananza se levantan las blancas cimas de las
montañas del Cáucaso. Durante casi la media hora el panorama no varía.
Luego el tren eléctrico entra rápido en un túnel y sale ya en medio de
un verdadero invierno ruso, en las montañas, donde debajo de una capa de
nieve, de un metro de grosor, no hay alusión alguna ni a las palmeras y
al mar.
Krásnaia
Poliana se encuentra en el corazón mismo de la zona alpina de la
Olimpíada: a la derecha se encuentra la pista de bobsleigh Sanki, por
delante las pistas de descenso Rosa Jútor a la izquierda la pista de
biatlón Laura. Esta última, es quizá, la más pintoresca. Para llegar
allí hay que usar el teleférico que en quince minutos le llevará a un
valle montañoso con bonitas casas hoteles, acogedores cafés y un aire
puro de montaña. De aquí saldrán los esquiadores y biatletas y aquí
mismo estará su meta, después de contornear la montaña Medvezhia. La
pista no es fácil, aseveran los organizadores, pero muy bonita.
No
lejos de Laura, al otro lado de la pendiente, se encuentra el conjunto
de bobsleigh Sanki, donde se disputarán el “oro” los aficionados al
descenso rápido en bobes y trineos. A un hincha no preparado le llena
pavor tan solo la vista de este canalón de hielo. Es imposible
imaginarse que alguien se ponga a deslizarse voluntariamente por aquí a
una impetuosa velocidad. Sin embargo, en el mundo hay no pocos audaces y
los mejores de ellos se reunirán aquí junto a esta pista en febrero.
Entre
los juniors este descenso goza de gran popularidad. Les quedará como
herencia después de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos. En 2017 aquí se
realizará un campeonato mundial de bobsleigh y skeleton.
La
única obra de la zona alpina de la Olimpíada que no ha recibido aun
torneos es el trampolín Montes Rusos. Es una instalación grandiosa que
literalmente pende sobre Krásnaia Poliana. Los especialistas dicen que
es una de las instalaciones más complejas de la Olimpíada.
Bajo
el enorme trampolín, sobre fondo de acúmulos de nieve blanca se
retratan periodistas japoneses. Krásnaia Poliana en diciembre, reconocen
ellos, semeja los cuentos de Arséniev En la tierra del Usuri. Antes esta obra de literatura rusa fue eternizada por Akira Kurosawa en el filme Dersú Usalá. No es un cuento, le corrige alguien de los periodistas rusos y añade es una empuñadura al cuento.
Marat
Románov, vicecapitán y principal estratega de la selección rusa de
curling en silla de ruedas, comenzó a practicar este juego hace siete
años; vio una vez cómo jugaban otros y se le aficionó seriamente.
Con
el paso del tiempo, la afición redundó en profesión y en primavera
Marat con sus compañeros del equipo irá a Sochi para luchar por
medallas.
Marat
Románov nació en Cheliábinsk y allí mismo pasó su infancia. Como todos,
fue al servicio militar. Después ingresó en una fábrica metalúrgica. La
vida era sencilla y tranquila. Todo cambió en 1966, cuando Marat de
treinta años cayó en un accidente y se lesionó la columna vertebral.
Desde entonces padece parálisis de las extremidades inferiores. Silla de
ruedas. Otra vez todo cambió en la vida de Marat tras la aparición del
deporte paralímpico.
Marat
se dedica al curling casi siete años y en este tiempo se ha hecho
miembro permanente de la selección de Rusia. Junto con el equipo actúa
en todas las competiciones internacionales y ha acumulado infinidad de
impresiones y recuerdos. Ahora se prepara intensamente para la Olimpíada
de Sochi. Los deportistas rusos probaron ya en febrero de 2013 las
pistas en las que han de actuar.
A
pesar de que todos los rivales en la Paralimpiada son muy fuertes, no
hay un equipo al que los rusos no puedan vencer asevera Marat Románov. Y
después de Sochi ellos no se proponen ceder sus posiciones, aspirarán a
nuevas victorias:
—No
planifico terminar mi actividad deportiva. El curling es un juego
magnífico porque uno puede competir siempre en él. A dónde nos envíe la
patria, allí iremos y vamos a vencer.
Al
igual que todos los deportistas Marat Románov es un poco supersticioso y
por eso lleva siempre consigo un talismán: un camello de juguete.
Símbolo de su ciudad natal de Cheliábinsk. El deportista está convencido
de que este talismán traerá sin falta la victoria a su equipo en la
Paralimpiada de Sochi.
vs/as/ll
Nota: Las opiniones expresadas por el autor no necesariamente coinciden con los puntos de vista de la redacción de La Voz de Rusia.
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