El viejo se sentaba en una
banqueta en la acera de su casa y todos los días tiraba un lazo hasta media
calle y cuando pasaba gente lo halaba de nuevo.
Nadie recuerda cuantos días el viejo
pasó sentado en la banqueta tirando aquel lazo como pescador a orilla del río
tirando su anzuelo y como sucede a los pescadores que días inmensos sólo cazan
las picadas de los zancudos del río, el viejo tampoco lazaba algún semoviente de dos patas.
Tal como me lo cuenta el Conde
Bullanguini, que no es conde, sino condenado a vivir 300 años de los cuales ya
vivió doscientos sin dar visos de envejecer, al viejo le había caído la tierra a montones no por diluvios o cosas por el
estilo, sino porque era el dueño de todas las tierras que habían ahí y a su derredor
y no era malo, se decía él mismo, lo que pasa es que la gente no agradece.
Cuando los trabajadores iban a concluir
la jornada, llegaba el viejo con un guineíto dátil de una pulgada de tamaño y a
cambio de ésto les decía que él era muy bueno que así fueran ellos y que
trabajaran después del ocaso.
Es un viejo brujo, el pueblo decía, los
ojos no alcanzan el fin de la tierra, ni las matemáticas a contar el ganado. Es
un viejo empactado y ni cura, ni iglesia había y cuando llegaba el cura al año,
le daba menjurjes y lo alivianaba y el cura feliz ni decía palabra, ni misa, ni se acercaba a la pobrería y los tres días
de aquellas visitas pasaba metido absolviendo al viejo de pecados que el viejo ni
se lo pedía, ni creía tener pecados
Este viejo cabrón es encantado y a los
encantados es difícil joderlos, monologaba Chico Chingaste. No así, Juan Luis,
que tenía planes y una noche de esas cuando no hay cocuyos se fue a una de las
casas enormes del viejo y junto con otros se levantaron una enorme vasija llena
de bambas de puro oro. El viejo cuando se dio cuenta no se inmutó y se levantó
a tirar el lazo y todos los días en lugar de otra actividad a buena mañana
estaba en la acera de su inmensa casa tirando aquel lazo.
Todas las tiendas eran del viejo y
jamás alguien había llegado a
comprar algo con las bambas de
oro y es que la verdad que sólo el viejo lo tenía todo y el pueblo ni dinero
usaba y todo los trueques eran por
trabajo en cualquier hacienda propiedad del viejo, es decir todas las haciendas
y tierras cercanas y las más lejanas al ojo del pueblo.
Nadie pronunció palabra. Se habían
robado la vasija del viejo y ningún
rumor sobre dicho caso y sólo el lazo lo atestiguaba. El viejo sentado en la
vieja banqueta en la vieja acera tiraba a diario aquel viejo lazo.
Un día, Sebastián Sierra el padre de
los aserradores cuando ahí pasaba y vio la punta azul de aquel viejo lazo,
exclamo contento: Gracias don Pablo, este es mi lazo, dónde lo encontró?
Sebastián, amigo del alma, lo encontré olvidado en la vieja casa donde los
bandidos cargaron la Vasija de Bambas.
Lo que siguió fue cárcel, aunque
Sebastián no debía nada. Fueron los malvados que para él aserraban. Los
llevaron presos, los dejaron libres por no haber gastado ni una sola bamba de
aquel tesoro que el viejo guardaba.
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