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La boliviana de origen aleman, Monica Erl, demostró que ningún criminal está lejos del alcance de la justicia, y que los fascistas no tienen por qué permanecer impunes aunque los tribunales oficiales oficiales y los legisladores sean sus cómplices.
También nos enseñó que a pesar del origen de uno, de haber nacido en una familia nazi, o en una familia burguesa, una persona puede cambiar su destino, sentirse indignado y, entonces, como dijera el Ché, "ser hermano en la indignación" de todos aquellos que sueñan y luchan por un mundo mejor, igualitario y justo.
También nos enseñó que a pesar del origen de uno, de haber nacido en una familia nazi, o en una familia burguesa, una persona puede cambiar su destino, sentirse indignado y, entonces, como dijera el Ché, "ser hermano en la indignación" de todos aquellos que sueñan y luchan por un mundo mejor, igualitario y justo.
Hija de uno de los grandes propagandistas del nazismo (Hans Ertl, al que por mucho tiempo se lo conoció como "el fotógrafo de Hitler"), Monika fue llevada por su padre a Bolivia cuando el Ejercito Rojo acabó con el Tercer Reich, y sus altos cargos se desperdigaron, muchas veces con la colaboracion de la elite capitalista estadounidense, inglesa o francesa, etc..., por diferentes lugares del mundo, especialmente América Latina.
Mónica se crió en un círculo tan cerrado como racista, en el que brillaban tanto su padre como otro siniestro personaje al que ella se acostumbró a llamar con cariño “El tío Klaus”. Un empresario germano (seudónimo de Klaus Barbie (1913-1991) y ex jefe de la Gestapo en Lyon, Francia) mejor conocido como el “Carnicero de Lyon”.
Klaus Barbie, cambiaría su apellido por “Altmann” antes de involucrarse con la familia Ertl. En el estrecho círculo de personalidades en La Paz, donde este hombre ganó suficiente confianza de tal forma que, el propio padre de Mónica, fue quien lo introdujo, incluso, le consiguió su primer empleo en Bolivia como ciudadano Judío Alemán, de quien se dice asesoro a las criminales dictaduras sudamericanas, con el apoyo de los aliados de siempre del nazismo (las grandes corporaciones capitalistas norteamericanas).
Pero la joven y bella alemana creció y todo cambió en el final de los años sesenta. La muerte de Ernesto Guevara en la selva boliviana significó el empujón final: Monica rompió con sus raíces y en un giro copernicano terminó militando en las filas del Ejército de Liberación Nacional, el grupo guerrillero creado por el mismísimo Che.
En 1971, cruza el Atlántico, vuelve a su Alemania natal, y en Hamburgo ejecuta personalmente al cónsul boliviano en esa ciudad. ¿Quién era ese despreciable fascista? Nada menos que el coronel Roberto Quintanilla, el responsable del ultraje final a Guevara: la amputación de sus manos.
En 1971, cruza el Atlántico, vuelve a su Alemania natal, y en Hamburgo ejecuta personalmente al cónsul boliviano en esa ciudad. ¿Quién era ese despreciable fascista? Nada menos que el coronel Roberto Quintanilla, el responsable del ultraje final a Guevara: la amputación de sus manos.
En Hamburgo, Alemania, eran las diez menos veinte de la mañana del 1 de abril de 1971. Una bella y elegante mujer de profundos ojos color de cielo entra en la oficina del cónsul de Bolivia y, espera pacientemente ser atendida.
Mientras hace antesala, mira indiferente los cuadros que adornan la oficina. Roberto Quintanilla, cónsul boliviano, vestido elegantemente de traje oscuro de lana, aparece en la oficina y saluda impactado por la belleza de esa mujer que dice ser la australiana, y quien días antes le había pedido una entrevista.
Por un instante fugaz, ambos se encuentran frente a frente. La venganza aparece encarnada en un rostro femenino muy atractivo. La mujer, de belleza exuberante lo mira fijamente a los ojos y sin mediar palabras extrae un revolver y dispara tres veces. No hubo resistencia, ni forcejeo, ni lucha. Los impactos dieron en el blanco. En su huida, dejó atrás una peluca, su bolso, su Colt Cobra 38 Special, y un trozo de papel donde se leía ‘Victoria o muerte. ELN’
Después de cumplir su objetivo comenzaría una cacería que atravesó países y mares y que solo encontró su fin cuando Mónica cayó muerta en el año de 1973, en una emboscada que según algunas fuentes fidedignas le tendió su traicionero “tío” Klaus Barbie.
Una historia increíble que parece, pero no es, ficción. Una gran investigación de Jürgen Schreiber, uno de los más premiados periodistas alemanes de la actualidad, ha rescatado del olvido esta historia.
Una historia increíble que parece, pero no es, ficción. Una gran investigación de Jürgen Schreiber, uno de los más premiados periodistas alemanes de la actualidad, ha rescatado del olvido esta historia.
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