Religión y clase obrera
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Traducción de Viento Sur. |
La izquierda está plagada de divisiones. Algunas son conocidas y
están bien delimitadas. Pero otras son más difíciles de manejar, generan
conflictos allí
donde se manifiestan e incluso se llegan a las manos a causa de
ellas. Las controversias sobre el lugar del islam se han convertido en
habituales. En
ellas, lo primero que hay que hacer es distinguir entre la izquierda
y la derecha. Incluso si las referencias se difuminan, las que vienen
de la derecha, a
pesar de sus permanentes cambios de forma, son muy tradicionales. La
izquierda, por su parte, no presenta un frente unido. Este texto trata
de buscar el
origen de esta nueva fractura en su seno /1. En
parte, debido a que, en este terreno como en otros, la izquierda es
bastante porosa a los
valores de la derecha. Pero también por razones que tienen que ver
con divisiones que hunden sus raíces en referencias históricas
diferentes y, sobretodo,
por la forma como actúan esas referencias en relación a las nuevas
realidades, que son variadas y muy contradictorias. Dejar que las cosas
sigan como están
(de mal en peor) sería capitular ante el riesgo que entrañan. Un
riesgo, sin duda, amenazador.
La tesis central que defiendo en este texto es que las divisiones en
el seno de la izquierda en torno el islam son el reflejo tanto de
contradicciones
reales que no dependen de la propia izquierda, como de la
radicalización permanente de puntos de vista diferentes que toman como
referencia principios
comunes, también están en crisis, que son difíciles de manejar. Por
ello, hay que huir de las simplificaciones y ponerse de acuerdo para
analizar las
contradicciones sin a priori excesivos, así como renovar la
definición de los principios comunes. Las dos balizas indispensables
para marcar este
camino son: unir las diversas fracciones del proletariado por encima
de las religiones y combatir las oposiciones interclasistas basadas en
identidades
estrictamente religiosas.
En la izquierda existen dos grandes concepciones sobre la laicidad
enraizadas en la revolución de 1789. Ambas parten de la estricta
separación de la
Iglesia y el Estado. Una busca, ante todo, la erradicación de la
religión; una posición comprensible por la oposición violenta de Roma
contra la República.
La otra es mas bien amplia y generosa, trata de poner al margen las
divisiones religiosas en aras de lograr la unificación de los explotados
y explotadas.
En el movimiento socialista, estas posiciones fueron representadas
por Guesde y Jaurès (en este tema, cercano a Marx) respectivamente. Por
su parte, Lenin,
y esto es menos conocido, se situó del lado de Jaurès. Y, si se
puede decir, con los pies en tierra, con la experiencia concreta de las
repúblicas
musulmanas bajo los Soviets. En estas repúblicas, la idea
desarrollada por los comunistas, fue la de insistir en los aspectos que
consideraban compatibles
entre el islam y los ideales comunistas. Una especie de teología de
la liberación, si podemos tomarnos la libertad de decirlo. Ahora bien,
esta actitud
estuvo acompañada de una lucha sin cuartel contra los aspectos
reaccionarios del islam. Y en gran parte, esta lucha tenía que ver con
la defensa de los
derechos de las mujeres, que se defendieron de cabo a rabo y sin
concesión alguna.
Esta es también una buena forma de abordar la cuestión del
feminismo, a menudo directamente implicado en estas polémicas. Podemos
contemplar progresiones y
diferencias entre distintos feminismos. Y, en consecuencia, admitir
que el "feminismo" (como el "comunismo") no se conjuga en singular. Por
ejemplo, se
puede considerar que el reclutamiento de rabinos de sexo femenino en
determinadas sinagogas en los Estados Unidos es reflejo de un auténtico
progreso de la
lucha de las mujeres, como lo fue, también, la irrupción de mujeres
iranís en un campo de futbol para ver un partido. Pero, repitámoslo,
para que el
combate universal por la liberación de la mujer no corra el riesgo
de disolverse en un magma relativista de "valores" variables según las
comunidades de
pertenencia, es preciso que haya elementos comunes entre todos esos
feminismos. Es verdad que el feminismo se conjuga en plural, pero
comienza a conjugarse
en singular. La raíz común es la de la igualdad de derechos, no la
de la "complementariedad", que no significa más que desigualdad. Por
eso, además de ser
inaceptable por la sospecha racista que alimenta de forma abierta,
el insulto "feminista blanca", en boga en determinados medios, no tiene
ningún sentido.
He ahí el modelo que debe defender la izquierda. Cuando se ponen en
cuestión principios generales, hay que defenderlos, sin duda. Pero
cuando estos
principios no están cuestionados, es la actitud generosa la que debe
dominar y buscar de forma paciente soluciones aceptables para todas las
partes.
¿Por qué resulta tan difícil eso? Ciertamente no a causa del Islam
mismo. Toda esencialización de las ideologías y las religiones (provenga
de sus adeptos
o de sus críticos) es un contrasentido desde el punto de vista del
materialismo histórico. Además, la mayoría de las grandes religiones
están preñadas de
contradicciones, fisuras, interpretaciones y reinterpretaciones… que
de una forma, evidentemente deformada, reflejan inclinaciones e
intereses sociales
diferentes e incluso contradictorios.
¿Entonces? He defendido con Daniel Bensaïd, que el problema se
presenta, fundamentalmente, como un choque temporal, una discordancia de
los tiempos. De
forma general, la globalización liberal es sinónimo de la
acentuación de grandes movimiento de poblaciones que plantean cuestiones
sobre definición entre
lo "nacional" y lo "extranjero" de manera sensiblemente nueva. Es lo
primero que hay que tener en cuenta. Existen más puntos en común que
divergencias
entre la situación de la inmigración turca en Alemania y la de
origen magrebí en Francia. Sin embargo, Turquía jamás fue colonizada por
Alemania. Por lo
tanto, el concepto "postcolonial" resulta muy restrictivo. Tanto
como lo es para abordar la cuestión de los gitanos. A pesar de todo, mi
hipótesis es que
la "fabricación del problema islámico" es un fenómeno que, además de
en Francia, se da en numerosos país de Europa. Un "problema" que no
abarca al conjunto
de las poblaciones discriminadas, pero que sirve para estructurar un
espacio ideológico. Por ello, el combate contra la islamofobia, además
de un combate
contra el racismo y el antisemitismo, adquiere una importancia
particular.
Así pues, es necesario rehacer el camino a partir de las bases
comunes a Marx, Jaurès y Lenin, si bien las condiciones son diferentes.
Por tres razones.
-
En la comunidad musulmana en Francia no existe una opción mayoritaria de oposición a la República. Pero la dinámica actual es desfavorable, dada la consolidación, variada e incontestable, de diversas formas de integrismo a nivel mundial. Es cierto, particularmente en Francia, que sobre todo se trata de una vuelta del estigma. Que este retorno confirma, a veces, lo peor de los estereotipos al respecto, poniendo en marcha un círculo vicioso. Ahora bien, hay tener en cuenta las proporciones. El que exista una tendencia no significa que sea mayoritaria. Ni mucho menos. Y si es preciso romper el círculo vicioso, hay que hacerlo ahí: todo musulmán no es un integrista. Además, la cuestión se complica debido a que el proceso de secularización en Francia se da al mismo tiempo que se generalizan los "pánicos identitarios", como decía Bensaïd, a nivel internacional. Es el resultao importante de la discordancia entre la secularización de Europa y los fenómenos inversos en muchas otras regiones.
-
La defensa del punto de vista de Jaurès nos sitúa ante una doble dificultad. Por una parte, como todo el mundo puede constatar, el rechazo cada vez más grande del islam como tal. Un rechazo alimentado de forma permanente por sectores reaccionarios que, haciendo prevalecer la cuestión étnico-religiosa sobre la cuestión social, tienen todo a ganar. Y, por otra parte, la inexistencia por el momento (o en todo caso la existencia débil) de una corriente masiva tipo JOC /2 en el mundo musulmán. Esto también tiene que ver con la debilidad del movimiento obrero y de una perspectiva socialista e incluso "nacionalista" progresista.
-
Por último, sería necesario construir una política generosa (jauresiana) de la cuestión religiosa para una minoría, la más estigmatizada y relegada, de la población mientras la misma está en vías de solución para la gran mayoría. Según Ifop (2012), a la pregunta "Según Vd., ¿debe intervenir en política la Iglesia?", las encuestas dan como resultado un no masivo (83% de media, 88% entre los votantes de Melenchon pero, también, 85% entre los votantes de Le Pen). Por lo tanto, para la gran mayoría de las francesas y franceses la cuestión está resuelta. Un problema solucionado frente a una cuestión existencial. Este choc temporal es una fuente profunda de dificultades en la izquierda.
Así pues el problema que tenemos delante no es fácil. Una política
guesdista, de hecho, de confrontación con el islam (que pasa por un
rechazo de su más
mínima visibilidad política), no responde adecuadamente a la
población que se reclama como musulmana. Por otra parte, una política
marxista jauresinana, la
única aceptable dese un punto de vista de unificar al proletariado,
se verá confrontada al temor de de una parte mayoritaria de la población
de dar un paso
atrás. Este temor, cuando no es la expresión evidente de una
malintencionada islamofobia, no carece de fundamento, dada la
agresividad que, más allá del
islam, se da entre los diversos integrismos. Unificar las diversas
fracciones del proletariado más allá de la religión y combatir las
oposiciones
interclasistas de fundamento religioso, he ahí un programa evidente,
pero que tiene numerosos obstáculos en el camino. Ahora bien, ¿existe
algún otro desde
una política progresista?
¿Qué utilidad tiene este programa? Admitir que las opresiones pueden
ser "múltiples" (por ejemplo, como mujer y árabe) supone un avance.
Pero eso no
resuelve los problemas que se plantean a la hora de las opciones
concretas, a menudo presentadas como prioridades a definir. Centrarse en
la "palabra del
sujeto" como preconizan los postmodernos, supone olvidar que se
puede estar oprimido incluso por la gente que a su vez está oprimida,
que es lo que ocurre
en general. Por lo tanto es preciso reflexionar sobre dos dudas. La
primera, concreta, que surge de la consideración detallada, múltiple y a
menudo
contradictoria de que lo que expresa tal o cual evolución y la forma
como se materializa. La segunda, teórica: la crisis del socialismo nos
ha dejado
huérfanos en este terreno. Dudas que nos llevan a dejar en suspenso
una opinión definitiva, y a dejar que evolucionen los distintos (a veces
opuestos)
puntos de vista. Pero, en todo caso, la opinión existe, salvo que
renunciemos a tener un punto de vista intelectual y político.
Hasta ahora he planteado los problema dando por supuesto que un
marco general de referencia, dando por supuestos "los principios".
¿Pero, es posible
hacerlo así? Si los "principios" no existen, si no son más que una
construcción puramente contingente, en función de la relación de
fuerzas, la opción de
un "campo" es tan válida como la del otro, sin que importe el
contexto. Pero como dijo Daniel Bensaïd, "En tiempos de oscurantismos,
cuando el horizonte
plomizo pesa como una tapa sobre los espíritus gimientes, más valen las
luces vacilantes o tamizadas que el toque de queda de la obscuridad
total" /3. Paradójicamente, una manera de que la
cuestión teórica que plateamos aquí se convierta en irresoluble es
considerar tales "principios"
como "cosas" intocables y definidas de una vez por todas. Por el
contrario, los valores universales deberían ser considerados como
procesos de
universalización que sientan las bases, marcan etapas, aunque sean
provisionales, con una potencialidad universal.
Por lo tanto pongamos las cartas sobre la mesa. Los "principios"
globales salidos de la tradición socialista y comunista son los que
podemos proponer como
la "utopia" de partida. Son los de la emancipación del trabajo, de
los pueblos, de los géneros, de los individuos a través de la
indispensable revolución
contra las relaciones sociales capitalistas de la mayoría de los
explotados y explotadas. Esta revolución supone que e l"99%" toma
conciencia de sus
intereses comunes sin negar las diferencias y de su capacidad de
dirigir una nueva sociedad. Es decir, una nueva consciencia de clase
cuya ausencia
constituye hoy el principal obstáculo en el combate para evitar el
deslizamiento hacia la barbarie. Estos principios pueden servir para
guiarse en las
opciones cotidianas entre, por una parte, lo que es y no se puede
obviar; y, por otra, lo que tiene que ver con opciones que no se sitúan
directamente ni a
favor ni en contra. Y a la hora de optar es necesaria una gran
destreza para superar los conflictos entre distintas fracciones de la
población. El sistema
de referencias comunista es frágil y está en una profunda crisis
tras un siglo terrible que ha visto cómo los sistemas "realmente
existentes" proclamaban
la puesta en pie del comunismo y caminaban en sentido contrario.
¿Hasta el punto de anular cualquier base razonablemente compartible?
Para mi no.
Notas
1/
La version total de este artículo se puede encontrar en http://www.mediapart.fr/files/Guerr...)
2
/
en los años 1960, las organizaciones de jóvenes cristianos (JEC,
JAC, JOC : Jeunesse Ouvrière Chrétienne) evolucionaron hacia la
izquierda y participaron
activamente en las luchas sociales. En particular, contra la guerra
de Argelia, a partir de una interpretación particular de sus valores
religiosos. de su
religion.
3
/
Daniel Bensaïd, 2006, Blessures et travaux de mémoire.
Fuente original: http://blogs.mediapart.fr/blog/samy-johsua/141112/islam-ce-que-la-gauche-doit-defendre
Fuente de la traducción: http://vientosur.info/spip/spip.php?article7442
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