Desde la derrota de
la revolución en Centroamérica (1979-1992),
nuestros países, lejos de obtener la ansiada paz y
una mejoría económica, han retrocedido hasta
convertirse en países maquileros, agrícolas y
de distracción turística.
Bajo la feroz ofensiva neoliberal la poca
industria centroamericana fue arrasada, abriendo las puertas
de par en par al capital transnacional, que no trae
ningún tipo de industrialización, sino que
solamente utiliza la mano de obra barata para bajar sus
costos y aumentar sus ganancias.
Los tratados de libre comercio, como el CAFTA-DR
con Estados Unidos y el Acuerdo de Asociación (AdA)
con la Unión Europea, lejos de beneficiar a nuestros
países confirman nuestra dependencia con las
metrópolis imperialistas y fortalecen el
carácter agrario de nuestras
economías.
Pero hay un espacio donde se concentran todos
estos males: en los presupuestos de los Estados nacionales
que surgieron de la desmembración de la patria
Centroamericana.
Todos los Estados de Centroamérica, sin
excepción, sufren de un déficit
crónico, que es paliado con préstamos
internacionales o con donaciones condicionadas por los
países imperialistas. Los presupuestos ya no cubren
los gastos mínimos de educación, salud, y los
servicios públicos elementales, dentro de nuestra
tradicional pobreza. Pero esta situación que se
volvió normal en los últimos años se ha
agudizado en los últimos dos años con la
crisis capitalista y la falta de recursos líquidos
que cada vez escasean más.
Todos los Estados de Centroamérica son
deficitarios, las reformas tributarias o fiscales realizadas
en el último periodo, casi como copia al
carbón en todos nuestros países, expoliaron a
la clase media y a los trabajadores que tienen un empleo
formal. Este saqueo de los bolsillos populares no detiene el
creciente y peligroso endeudamiento de las finanzas
públicas.
Los Estados nacionales en Centroamérica
dejaron de ser autosuficientes hace dos décadas
aproximadamente. El estallido de la revolución
centroamericana de 1979 fue una consecuencia directa
de este colapso de los Estados nacionales, que se
ocultó con los horrores de la guerra civil pero que
se ha profundizado bajo la ofensiva neoliberal, y que coloca
a nuestras sociedades en una constante
degradación.
Todos los Estados de Centroamérica producen
menos que lo que importan, y eso que nuestra
población no consume ni las calorías
necesarias ni tiene un bienestar mínimo. La
mayoría de las familias de clase media hacia abajo
reciben un subsidio, no del Estado, sino de sus familiares
que trabajan en Estados Unidos, enviando remesas que ayudan
a comprar los alimentos básicos.
Actualmente está de moda una frase famosa
sobre los “Estados fallidos”, pues bien todos
los Estados de Centroamérica son fallidos, porque no
pueden sostenerse por sus propios recursos, por el creciente
endeudamiento publico, por la incapacidad de satisfacer las
necesidades básicas de la
población.
No es una exageración afirmar que es
necesaria una nueva revolución que detenga esta
caída libre hacia el abismo, que sufren todas las
sociedades de Centroamérica.
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