Tenía que viajar cincuenta kilómetros
diarios hasta su trabajo a la zona paracentral. El bus destartalado brincaba en
cada cárcava como caballo de Gitano, el hombre parecía buey tucero arrastrando
las coyundas y como el cuento de la Gritona, gemía como alma que lleva el
diablo en todo el trama de Ateolandia
hasta su trabajo.
El diagnóstico del Perico quizá fue el más
acertado: "Se
va a morir primero que la vieja" y la otra se va a quedar con la herencia. El problema, según lo
explicó
Mauro Girona, es que Balta quiere que la vieja se muera y quedarse con la herencia.
La mujer de Balta llegó con el puño de cartas de venta y le dijo: "fírmalas, no
vaya a ser", mientras el pobre se retorcía del dolor en espera de que
alguien llegara a salvarlo y llevarlo, tal vez a que lo terminaran de matar a algún
hospital donde todavía operan con tijeras de podar.
Como a la 28 horas de espera
angustiosa llegó una ambulancia que más parecía carro fúnebre, la cual se tardó 10 horas en un viaje que se
hace normalmente en 45 minutos. Todo el mal era apendicitis en etapa inicial,
lo cual se habría evitado si Balta hubiera oído las recomendaciones del pleno
de que lo operara el Tío Calisto, pero por orgullo revolucionario tuvo que
vivir la amarga aventura del sistema hospitalario.
A los 15 días regresó al pueblo, con una herida de lado a lado
como si hubiera ido de turista al Mercurio Central, bien adolorido y con un año
de incapacidad y como es mi vecino, lo visito a cada rato. Mira, me dijo, no sólo
sufrí el dolor, la operación, la espera, sino el huevo de estar en un hospital salvadoreño
y lo peor, antes de operarme el
hijueputa médico me dijo: "Que la vaya Bien Don Balta"...Quizá me
salve de puro Chiripazo.
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