Por Lorenzo Gonzalo*
Foto Virgilio PONCE - Martianos-Hermes-Cubainformación
En estos tiempos hablamos de paz en los foros internacionales, pero sobre todo de justicia, democracia, estados de derecho, respeto a los derechos humanos, cumplimiento de normas elementales de convivencia y actitudes ponderadas en los enjuiciamientos de terceros.
No ha sido así en Libia. Si analizamos los hechos ocurridos en Túnez y Egipto veremos que la salida del poder de los respectivos gobiernos autoritarios de esos países, respondieron a la ira provocada por largos años de autoritarismo y represión indiscriminada.
Bajo la presión de las protestas Zine el-Abidine Ben Ali, presidente de Túnez salió del país y recibió complaciente refugio en Arabia Saudita. Tanto el Túnez de Ali como Arabia Saudita han recibido el beneplácito de Estados Unidos. Durante las protestas que pedían la renuncia y un cambio de gobierno, Washington se mantuvo cuidadoso para no molestar a quien había sido socio y aliado durante 30 años. Nadie ha vuelto a escuchar a un diplomático estadounidense pronunciando su nombre desde que recibió “piadoso” amparo de las autoridades sauditas en enero del 2011. Las 78 víctimas que murieron durante las manifestaciones, por órdenes expresas del mandatario en un intento inútil por detener las oleadas de hombres y mujeres que inundaron las calles de Túnez y los 94 heridos, parecen no ser suficiente prueba para condenar a un socio de negocio. Tampoco las incruentas represiones que llevaron al cementerio a miles de tunecinos entre 1987 y enero del 2011, fecha en la que Ben Alí salió del país para retirarse tranquilamente en Arabia Saudita.
Con el presidente Hosni Mubarak de Egipto ocurrió otro tanto.
Cuando se hizo imposible su permanencia en el poder, luego que la presidencia de Estados Unidos, en boca de Barak Obama, había clamado por calma, paciencia y cordura frente a las protestas de la ciudadanía egipcia y que las personas en las calles acataran las leyes, se fue a un lugar apartado de Egipto bajo custodia del ejército. Más tarde fue juzgado y desde allí no hemos sabido mucho más. Todo se hizo como mandan los “sacrosantos principios de la Ley”, tanto las nacionales como las internacionales. Porque lo importante es que quienes infringen leyes, ya sean estas nacionales o internacionales, tengan el derecho de un justo juicio.
Pero resulta que el cumplimiento de estas leyes es muy relativo y se aplica con selección marcada.
Cuando veíamos las imágenes del asesinato de Muamar Gadafi, recordamos los bombardeos a Irak y Afganistán. También vino a nuestra mente el recuerdo del bombardeo a la tienda beduina donde este personaje, que parecía sacado de una novela milenaria, porque vivía en una coyuntura cultural prehistórica, salía con una de sus hijas en brazos, muerta después del bombardeo realizado sin previo aviso.
A Gadafi, no creo que tengamos muchos elementos para defenderlo, porque es de una cultura tan ajena a la nuestra, que resulta difícil hallar razones para equiparar sus procedimientos con aquellos que nos resultan familiares. De todas maneras y a pesar de la distancia cultural, podríamos pensar que otros dirigentes de similares orígenes, han tenido mayor ponderación y una mejor agudeza para mantener el orden en una diversidad como la administrada por el jefe libio durante más de cuarenta años. Es posible que las emociones hayan vencido por momentos su capacidad de dirección, no solamente durante sus tiempos de malas relaciones con Estados Unidos y Europa, sino aun cuando tuvo su último y supuesto buen deseo de mejorarlas y llevarlas por los caminos de la paz y la buena convivencia.
No vamos a defenderlo. Pero sí diremos que lo que fue bueno para los otros países bajo gobiernos dictatoriales o tiránicos o teocráticos o antipueblos, parece no haber sido nunca bueno para Muamar Gadafi.
No hay que ir a la escuela para entenderlo. Gadafi nunca hizo buenas migas con los extranjeros poderosos, porque sabía que nunca le tendieron el brazo para quererlo sino para arrancarle el petróleo al más económico precio. Quizás Gadafi creyó que él era Libia, quizás lo hacía por Libia, pero lo cierto es que siempre manejó las riquezas nacionales como si fueran artículos de su persona y como no les dio a esos “extranjeros”, la importancia y los privilegios que recibieron de Túnez y Egipto, se convirtió en un indeseable. Sus crímenes, si los cometió, no eran tan buenos como el de los otros.
No enjuiciaremos el caso. Todo indica que fue asesinado, porque los videos lo muestran vivo a la hora de ser apresado. Ante la ira internacional que causa entre las personas y dirigentes de cierta sensibilidad humana, el gobierno provisional se defiende diciendo que murió “de fuego cruzado entre adversarios y partidarios”. Vamos a dejar las conclusiones en manos de los tribunales. Aunque dudamos que los tribunales aparezcan, así como no han aparecido en los casos de Ben Alí y Hosni Mubarak. Al primero se le han encontrado incluso pruebas de haber estado involucrado en el contrabando de estupefacientes. El segundo tenía o aún tiene, porque es difícil saberlo, 70,000 millones de dólares en un país donde el salario diario promedia es de dos dólares al día.
“Todo es personal”, decía Corleone, el personaje de la novela El Padrino.
No sabemos si es así en todos los órdenes de la vida, pues podemos estar seguros que existen gestos cálidos y afectuosos de muchas personas hacia el prójimo y hacia los acontecimientos que de algún modo hieren la humanidad ajena. Pero no hay dudas que para el Estado de Estados Unidos de América, todo es personal.
La alegría ante el asesinato de Gadafi no es comparable ante la conformidad expresada por los aliados, cuando el tunecino y el egipcio fueron despojados del poder absoluto que ostentaban. Evidentemente que las reacciones, aunque parecidas, en esencia han sido radicalmente opuestas. En una muestra de video a través de un celular que le fue entregada a la Secretaria de Estado Hillary Clinton, donde aparecía Gadafi al se apresado, pudimos ver cierta alegría en su rostro ante el morboso espectáculo donde le dan de puñaladas y golpes al cuerpo prácticamente inerme del líder libio. Las declaraciones del Presidente Obama con motivo del asesinato, son discordantes con sus palabras en Oriente Medio en su primer recorrido por la región luego de ser elegido a la primera magistratura de su país.
La enseñanza de todo esto es que Washington está aún muy lejos de entender el mundo que lo rodea, porque se ha creado uno demasiado particular y la embriaguez del poder lo mantiene deslumbrado, con la misma intensidad con la cual se deslumbran todos los poderes absolutos.
El final de Muamar Gadafi no confirma la muerte de la represión y el autoritarismo, sino reafirma la presencia de la política del desprecio de las grandes potencias, hacia los pueblos y culturas que se niegan a organizar Estados por encargo de terceros.
En cuestión de política internacional, vivimos aún en la época de las hordas que invadieron Europa, excepto que aquellas tenían mejores razones que las que hoy invaden y destruyen las tierras y culturas de otros.
Miami, 21 de octubre del 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario