Dice la historia que es costumbre religiosa exterminar a los que, teniendo una misma fijación intelectual -consistente en creer en seres imaginarios o reales a los que se les suponen cualidades harto improbables-, atribuyen esos hechos extraordinarios a un ser de diferente filiación a la propia. El pecado no estaba inicialmente tanto en no creer, sino creer en lo mismo si bien con ligeras diferencias. Sólo con el desarrollo de la civilización fue que creció el número de ateos. Esto aumentó el abanico de ejecutables, pues además de los herejes, estaban los impíos y los sin dios. No es de extrañar que, a veces, se pongan de acuerdo los creyentes en acabar con el enemigo común, dejando para más tarde sus cuitas históricas. A fin de cuentas, a un ateo, ¿qué más le da que lo apuñale un católico, un judío, un islamista o un ortodoxo?
Aunque parezca extraño, hacer arder a los que profesan una religión diferente es propio del proceso evolutivo, aunque, al mismo tiempo, no deja de ser una señal clara de que no basta haber cumplido el proceso de hominización para dar también por completado el proceso de humanización. Cuando el homo sapiens desarrolló el lenguaje, empezó a enterrar a los muertos (cosa que no hace ninguna otra especie). Una mirada fría sobre el pasado puede helar la sonrisa a los que no se atreven a pensarse como un azar de la eternidad. ¿Qué ocurre cuando los dioses son todo menos bondadosos?¿Si en vez de ser una explicación para el mal son los gerentes del mal?
Ya los neandertales, ese antepasado extinguido -que dejó paso a los cromagnones de donde los actuales humanos, incluido el Papa, provenimos -, rendían culto a los muertos. Lo que significa que pensaban en algún tipo de vida después de la muerte y en algún responsable de esa hospedería de ultratumba. Y sin embargo, desaparecieron como especie. Cuando toda una especie humana tan inteligente como para creer en dioses desaparece ¿es porque aún no está lo suficientemente desarrollada como para creer en el dios verdadero? Y si eso fuera así, ¿qué garantías hay de que el actual homo sapiens, que tantas señales ha dado de brutalidad y atraso, no esté condenada a lo mismo, de manera que esos dioses en los que cree la abandonen y la hagan desaparecer del mundo? Como decía Isidoro de Sevilla, vive como si fueras a morir mañana y estudia como si fueras a vivir eternamente.
Cuanto menos creíble es algo, más prosopopeya necesita. Coronar a un rey reclama más boato que colgarle la banda a un presidente electo. Los jueces son tan poco creíbles que tienen que disfrazarse. No es pensable un ejército sin calabozos donde encerrar a los que pongan en cuestión los galones. Y la iglesia católica prefiere gastarse 50 millones de euros en proselitismo antes que mandar ese dinero al cuerno de África. Jesucristo, de vivir ahora, estaría en Somalia. Aunque antes lo hubieran excomulgado en Roma. El Papa, por el contrario, prefiere España. Y para preparar su visita, Ratzinger mandó a los Jungen Katholiken a tomar la Puerta del Sol. Podría haber sido hermoso verlos vivir en Madrid (comunidades bien trabadas haciendo las calles suyas). Pero no ha sido así. Les falta la irreverencia de los jóvenes. Un joven que no se hace preguntas ha nacido viejo. Algunos de estos jóvenes católicos, después de salir del MacDonalds de la calle Arenal, han intentado impedir que la marcha laica entrara en Sol. Pero los indignados se habían aprendido el camino. “Esta Plaza/es del Papa”, decían los católicos. Y los indignados, mirándoles con clemencia, pensaban: “ignorantes”. Aunque, con las cosas del más allá ¿quién encuentra el argumento certero?
Días antes, dentro del 15-M se discutió la visita del Papa. Como suele ser común, el movimiento destacó por su sensatez. No tiene nada contra las creencias individuales de nadie, pero sí contra una religión que quiere decirle a los demás cómo tienen que comportarse. Y, además, con dinero público. Esa es, principalmente, la queja contra la visita del antiguo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (continuadora administrativa de la Santa Inquisición). Aunque es evidente que hay más razones.En 1953, fueron los Estados Unidos y el Vaticano los que rompieron el aislamiento internacional de la dictadura franquista, nacida de la derrota del gobierno constitucional de la República. Los gringos, a cambio de bases militares. La iglesia, a cambio de privilegios. Fue la misma iglesia católica que bendijo los cañones de Franco, la que permitía al dictador entrar en las catedrales bajo palio, la que puso a su cuerpo de curas y sacerdotes al servicio de la delación, del castigo y de la represión de los republicanos y republicanas. La misma iglesia que no ha pedido perdón por el genocidio franquista apoyado por la jerarquía católica. Ha sido Ratzinger quien ha recomendado a los peregrinos visitar el Valle de los caídos, mausoleo en honor al fascismo levantado por mano de obra esclava republicana. Difícil saludarlo con amabilidad por las calles de Madrid. Uno se lo imagina todo el rato haciendo el saludo nazi.
Tras el breve paréntesis del Concilio Vaticano II y la iglesia de los pobres alentada por Juan XXIII, Juan Pablo II, y su brazo armado, el actual Papa Benedicto XVI, se dedicaron a romperle la columna vertebral a la teología de la liberación. En esa tarea de demolición de la mayor renovación de la iglesia en los últimos dos siglos, se apoyaron en los legionarios de Cristo y en el Opus Dei, elevado éste último a Prelatura Personal. ¿Hace falta recordar que el fundador de los legionarios, el Padre Maciel, fue responsable de poligamia, pederastia y corrupción? ¿Hace falta recordar que Monseñor Escrivá de Balaguer fue un importante sostén de la dictadura franquista? Ratzinger fue el principal instigador del ocultamiento de los delitos de pederastia dentro de la iglesia. Si en la democrática Irlanda se han evidenciado más de 25.000 casos de abusos a menores ¿qué no habrá ocurrido bajo la dictadura en España? Sólo en 2010, Benedicto XVI denunció el “crimen atroz” de la pederastia. Pero cuando las autoridades irlandesas quisieron aplicar a los sacerdotes criminales la misma ley que a cualquier otro civil, el Papa mandó a consultas a su embajador, amenaza clara de ruptura de relaciones diplomáticas. Los delitos de la iglesia tienen tribunales que sólo competen a su dios.
En España llevamos demasiado tiempo soportando los privilegios de la iglesia católica, pese a ser España un país laico. Privilegios en la enseñanza, donde con dinero público se financia una escuela religiosa; privilegios en la declaración de la renta, donde se invita a dedicar el capítulo social (¡aún en 2011!) a la iglesia católica; privilegios en la financiación de curas y en su presencia en espacios públicos; privilegios en la financiación de actividades de proselitismo (como el actual viaje); privilegios en la dejación de tareas por parte de la fiscalía en multitud de delitos, sexuales, inmobiliarios, bancarios, mediáticos, homofóbicos, patriarcales, racistas o de otro tipo cometidos por miembros del clero. Privilegios que emanan de un Concordato negociado antes de la Constitución y cuya condición franquista lo hace incompatible con nuestra democracia. Cuando un grupo de locos que otorga a la patria cualidades extrasensoriales desprecia la vida de otros, la ley les saca de las instituciones y cierra, incluso sin pruebas, sus revistas y periódicos. ¿Y por qué puede permitirse el órgano de prensa del arzobispo de Madrid el lujo de pedir que la violación salga del código penal? ¿Por qué esta invitación eclesiástica a los violadores, en un país que sigue asesinando mujeres, no tiene persecución penal?
Ratzinger viene a Madrid que es la ciudad que ha despertado. La ciudad que está contando a la cansada Europa que tiene que reinventarse. Al menos desde Maquiavelo, uno no cree en las casualidades. El conservador Cameron hecha las culpas de los disturbios en Londres a la “pérdida de valores”. No a la ruptura de las bases igualitarias de la democracia. Repite, aunque con menos inteligencia, el argumento de Daniel Bell en Las contradicciones culturales del capitalismo (1976), una obra que venía a aportar su granito de arena a la lucha entre la crisis de legitimidad que explicaba la izquierda y la petición de gobernabilidad y reclamación de rearme moral-cristiano de la derecha. Esa batalla va a concitar uno de los principales debates dentro de las democracias europeas. Y una de las principales batallas intelectuales se va a librar en Madrid. Por parte del Vaticano –y del nacional-catolicismo español- se va a intentar levantar la Reconquista religiosa desde la capital del reino. El 15-M, enfrente, va a seguir reclamando una democracia que merezca ese nombre, y que es incompatible con el reino oscuro que significa la concepción oscurantista, autoritaria y reaccionaria del Vaticano. La derecha tiene clara su apuesta. La carga policial en la Puerta del Sol hace pensar que el gobierno sigue dando tumbos. Si la socialdemocracia, desnortada desde que asumió la tercera vía, pierde la bandera del laicismo ¿qué le queda?
Más motivos para seguir reclamando la reinvención de casi todo.
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