Jorge Gómez Barata
Publicación Original en MONCADA
En todas las esferas del saber y de la práctica social, incluyendo la economía, la verdad es siempre sencilla, concreta y de sentido común. Las explicaciones alambicadas son falsas. Excepciones aparte, los millones de palabras que se publican sobre la crisis en Grecia, España y Portugal y que amenaza a todas las grandes economías, no son para explicar sus causas sino para ocultarlas.
Para comprender todo el proceso bastaría con decir que los países desarrollados se han vuelto insolventes y arrastran al resto del mundo a la crisis porque durante décadas han gastado más de lo que pueden pagar.
Incurren en exorbitantes erogaciones los gobiernos para sostener gigantescas e ineficaces burocracias. Se emplean millones de millones en sostener inmensas maquinarias militares, diseñar, fabricar y adquirir equipos y armas y librar guerras estúpidas. Se dilapida dinero en seguridad, represión y espionaje y para costear la administración de justicia y encarcelar a millones de personas por delitos que podían ser evitados.
Se sobrefacturan los servicios públicos, hay regulaciones laborales insostenibles, salarios impagables, sobre todo los ejecutivos que ganan decenas de millones y programas de seguridad social incosteables, eventos innecesarios y gastos de representación ostentosos. En gran parte la crisis económica de los países económicamente desarrollados que es estructural y sistémica, se deriva del estilo de vida que prevalece en ellas.
También gastan en exceso los ciudadanos, incluso aquellos que protestan en las plazas que se han habituado a estándares de vida que no pueden sostener con sus salarios y compran a crédito cuanto artefacto sale al mercado. Hace 20 años nadie necesitaba teléfonos móviles y ahora ni los niños prescinden de ellos y dentro de poco la industria no creará nada que sea reutilizable. Es bien visto que paguen millones de euros a jovencitos por patear balones.
Hay países en los cuales cada ciudadano debe el equivalente a 12 meses de salario y personas que ni con tres vidas podrían pagar sus deudas. Me contaron de un país donde se trabajan 40 horas a la semana, se lucha porque sean 36 y, sin contar los fines de semana, hay 32 días feriados en el año.
Los europeos y los norteamericanos, sobre todos sus elites gobernantes, sus economistas y sus ideólogos olvidaron que el descubrimiento del Nuevo Mundo y la revolución industrial fueron posible por la existencia de fuentes de acumulación originarias basadas en la austeridad y en el ahorro; cosa que también explica el progreso de algunos países.
Henry Ford fabricó el “Ford T”, considerado el automóvil del siglo XX, durante 19 años (1908-1927) y cuando se vendió el último costaba la mitad del primero. La idea de Ford era la de un automóvil que sirviera a la familia, que pudiera ser adquirido por los obreros, tan práctico que el propietario pudiera repararlo y tan duradero como para que sus hijos lo heredaran.
En 1914, con 13 000 trabajadores Ford fabricaba 300 000 automóviles mientras que otras 300 compañías con 70 000 obreros producían 280.000 vehículos. En 19 años se vendieron más de 15 millones y todavía en La Habana, el más grande museo del automóvil al aire libre circulan algunos. Todo cambió cuando en 1922 General Motor tuvo la descabellada idea de cambiar los modelos cada año, cosa que ocasiona pérdidas multimillonarias.
No recuerdo haber visto a algún griego o español protestar porque en sus países se gastaran miles de millones de euros en fabulosas olimpiadas, donde más que los atletas compiten los países para ver cual gasta más y realiza las ceremonias más fastuosas que, debido al precio de las entradas, sólo los ricos disfrutan.
La economía obedece a una lógica sencilla que correlaciona ingreso y gastos. Atengámonos a esos indicadores y no sólo sobrará el dinero sino también los recursos y tanto la economía como el planeta serán más sustentables y probablemente todos seamos más felices. Para sobrevivir es preciso aprender a vivir de otra manera. Allá nos vemos.
La Habana, 25 de junio de 2011
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