El filósofo se levantó más temprano que el amanecer, vio la montaña y en la profunda visión del universo descubrió que las flores eran más bellas de lo que los ojos del esteta podían apreciar. Con su mirada subyacente descubrió la polisematía del polen y comprendió que somos pocos los que comprendemos la vida, que simplemente se vive sin saber por qué se vive, como si la vida fuera una simple y sencilla lluvia celestial.
Vio un sencillo pimpollo y al abrirse vio a la madre dando a luz la vida, vio en cada pigmento de los pétalos la rosa cromática existencial, la crisálida volverse mariposa, y en el ínfimo grano de polen todas las leyes dialécticas de la existencia . La vida, exclamó, belleza suma o suma de la belleza! Cómo es posible, se preguntó, que el ser humano siendo supuestamente la expresión más elevada de la especie no la alcance a comprender y se dedique a destruirla cuando la vida grita a vivirla.
En su frente, una fragante gota de roció resbaló entre sus mejías de pensador, entonces vio en la flor, una pequeña estela acuífera y volvió examinar la gota de rocío y en ella vio el mar, los lagos y los ríos, la atmósfera y el fondo de la tierra, extendió sus brazos como inmensas alas de ave celestial y vio de nuevo en el agua el fuego existencial y en ella la libertad cantando su himno natural y comprendió que la esclavitud era producto del subdesarrollo de las mentes fronterizas, moronas y atrasadas y maldijo para siempre las cadenas y los yugos y beso la flor, la más bella flor y vivió el beso más sublime como la expresión más pura del amor, de la existencia humana y bendijo para siempre la flor, es decir a la mujer.
Paul Fortis
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