EL CUARTO OSCURO
A toda la humanidad encarcelada.
En la ventana de cinco pulgadas cuadradas el guardia me mirá con ojos de víbora. La muerte no me puede hacer nada, me digo. La miro desafiante con ojos incendiarios. Su psicopatía salta ante mi desafío. Abre la reja de un solo empellón, parece hablar, pero yo no escucho nada aunque pueda oír. Comienza a torturase, torturándome, me rio, no siento nada. No sé a qué hora terminó la última sesión.
Hay veces que al comienzo, lo mato con la mímica. Hago como si estuviera escribiendo, dibujando la bota en el aire dirigida hacia mis genitales, fumándome un chuña, rolándome un puro, tirándome un gran plato del sopón donde la Juana Gallo o lanzándole una ráfaga de pedos. El sicario da vueltas como gallo ennavajado, como toro que va a iniciar el ataque, brusco y torpe como robot con baterías bajas, se esconde para llorar su impotencia, me zampa las últimas patadas que ya mis chimpinillas no sienten ni se sangran. Quedo solo en el letargo de una cárcel despoblada, de un cemento como lienzo de sangre coagulada.
Que bello! He aprendido a dormir bajo el tormento. Al principio la realidad me daba pesadillas y las pesadillas me volvían bruscamente a la cruda realidad del presidario. Ahora no. Ni la realidad me causa pesadillas ni las pesadillas me roban el derecho a dormir. Duermo sin pensar y quizá ya sin darme cuenta o aceptando como algo natural que la vida es un sueño de eternas pesadillas. Muero no de las torturas, sino de risa, riéndome de los sicarios psicópatas del sistema. El dolor se contesta con locura. La locura sobrevive a la tortura. Primero los cáñamos sangrando tus muñecas y talones, la capucha encalada, el avión, el termostato, la quemadas, los alicates arrancándote los dientes, la extorsión, la violación, la suciedad, la presencia continua de la muerte en las caras deprimidas, las aseveraciones: vos son el mata guardias, mata policías, estudiante hijueputa, maldito comunista, los cargos falsos, las declaraciones firmadas en
blanco, la venda permanente en tus ojos ciegos de no ver la tragedia que se vive y mayor, la tragedia fuera del presidio donde los que se creen libres no se dan cuenta de las cadenas que los han esclavizado desde y para siempre.
Cuánto tiempo tengo aquí en la “Última Posada”, no lo sé, ni me interesa. Desde mi llegada al mundo de la anti vida, mi irreverencia decapitó las medidas de tiempo, los horarios impuestos, los deberes y obligaciones de una “Suciedad” donde mi madre dejó la uva de su vientre en suelo equivocado. He aprendido a in ventar la luz, a revertir las penumbras del presido, a ver lo que quiero ver y no lo que tratan inútilmente de imponerme, he creado el marco de libertad a mi manera, según los designios de mi vida.
Cuando nos agarraron en medio de la manifestación emboscada, no me hirieron, la sangre de mis ropas es la sangre de los compañeros. Pude haber corrido, pude haberme escapado, pero y mis compañeros, y mis muertos y mis heridos?, la sangre de mi ropa no es mía, más que todo es de una niña a quien levante para que no le pasara la tanqueta y entonces sólo sentí un golpe, después un camión acelerando, zumbar de fuertes mangueras lavando no sé qué, quizá la sangre y después todo ha sido cárcel y traslados de un sitio a otro en horas nocturnas. De uno de esos viajes ya no regresaré
Los gritos de mis compañeras y compañeros se fueron perdiendo como eco solitario en desierto infinito. No los volví a escuchar, sin embargo; los que oí jamás los podré borrar de mi memoria e irán conmigo al lugar donde me dejen botado para que los animales se coman lo poco que va quedando de mis huesos. Salir de acá o quedarme me va dando lo mismo, acá es un reducto sucio, helado, hediondo; pero no diferente a los que es la patria en general. Aquí no habemos héroes, quizá mártires, De suerte u otro factor, temprano comprendí que soy binario, que el mundo es binario, que se es o no sé es, que A+B+=AB y no todo el abecedario como muchos creen y que nada más eres un número más y que números sólo hay diez, aunque las series sean infinitas. No sé si estoy muerto o estoy vivo, no me interesa, lo que sé con toda seguridad es que mi historia todo mundo la conoce, no la he escrito yo, la hemos escrito los presidiarios de la tierra y
no hemos sido los primeros, ni seremos los últimos hasta que la especie humanoide de el salto cualitativo hacia el estadio verdadero de la humanidad.
El sicario, jala de nuevo el gatillo, apenas cabe su mano criminal en la ventana del cuarto oscuro, la punta del cañon entre mis ojos…
Paul FortisNunavut, Ártico Canadiense, Verano del 2009.
En la ventana de cinco pulgadas cuadradas el guardia me mirá con ojos de víbora. La muerte no me puede hacer nada, me digo. La miro desafiante con ojos incendiarios. Su psicopatía salta ante mi desafío. Abre la reja de un solo empellón, parece hablar, pero yo no escucho nada aunque pueda oír. Comienza a torturase, torturándome, me rio, no siento nada. No sé a qué hora terminó la última sesión.
Hay veces que al comienzo, lo mato con la mímica. Hago como si estuviera escribiendo, dibujando la bota en el aire dirigida hacia mis genitales, fumándome un chuña, rolándome un puro, tirándome un gran plato del sopón donde la Juana Gallo o lanzándole una ráfaga de pedos. El sicario da vueltas como gallo ennavajado, como toro que va a iniciar el ataque, brusco y torpe como robot con baterías bajas, se esconde para llorar su impotencia, me zampa las últimas patadas que ya mis chimpinillas no sienten ni se sangran. Quedo solo en el letargo de una cárcel despoblada, de un cemento como lienzo de sangre coagulada.
Que bello! He aprendido a dormir bajo el tormento. Al principio la realidad me daba pesadillas y las pesadillas me volvían bruscamente a la cruda realidad del presidario. Ahora no. Ni la realidad me causa pesadillas ni las pesadillas me roban el derecho a dormir. Duermo sin pensar y quizá ya sin darme cuenta o aceptando como algo natural que la vida es un sueño de eternas pesadillas. Muero no de las torturas, sino de risa, riéndome de los sicarios psicópatas del sistema. El dolor se contesta con locura. La locura sobrevive a la tortura. Primero los cáñamos sangrando tus muñecas y talones, la capucha encalada, el avión, el termostato, la quemadas, los alicates arrancándote los dientes, la extorsión, la violación, la suciedad, la presencia continua de la muerte en las caras deprimidas, las aseveraciones: vos son el mata guardias, mata policías, estudiante hijueputa, maldito comunista, los cargos falsos, las declaraciones firmadas en
blanco, la venda permanente en tus ojos ciegos de no ver la tragedia que se vive y mayor, la tragedia fuera del presidio donde los que se creen libres no se dan cuenta de las cadenas que los han esclavizado desde y para siempre.
Cuánto tiempo tengo aquí en la “Última Posada”, no lo sé, ni me interesa. Desde mi llegada al mundo de la anti vida, mi irreverencia decapitó las medidas de tiempo, los horarios impuestos, los deberes y obligaciones de una “Suciedad” donde mi madre dejó la uva de su vientre en suelo equivocado. He aprendido a in ventar la luz, a revertir las penumbras del presido, a ver lo que quiero ver y no lo que tratan inútilmente de imponerme, he creado el marco de libertad a mi manera, según los designios de mi vida.
Cuando nos agarraron en medio de la manifestación emboscada, no me hirieron, la sangre de mis ropas es la sangre de los compañeros. Pude haber corrido, pude haberme escapado, pero y mis compañeros, y mis muertos y mis heridos?, la sangre de mi ropa no es mía, más que todo es de una niña a quien levante para que no le pasara la tanqueta y entonces sólo sentí un golpe, después un camión acelerando, zumbar de fuertes mangueras lavando no sé qué, quizá la sangre y después todo ha sido cárcel y traslados de un sitio a otro en horas nocturnas. De uno de esos viajes ya no regresaré
Los gritos de mis compañeras y compañeros se fueron perdiendo como eco solitario en desierto infinito. No los volví a escuchar, sin embargo; los que oí jamás los podré borrar de mi memoria e irán conmigo al lugar donde me dejen botado para que los animales se coman lo poco que va quedando de mis huesos. Salir de acá o quedarme me va dando lo mismo, acá es un reducto sucio, helado, hediondo; pero no diferente a los que es la patria en general. Aquí no habemos héroes, quizá mártires, De suerte u otro factor, temprano comprendí que soy binario, que el mundo es binario, que se es o no sé es, que A+B+=AB y no todo el abecedario como muchos creen y que nada más eres un número más y que números sólo hay diez, aunque las series sean infinitas. No sé si estoy muerto o estoy vivo, no me interesa, lo que sé con toda seguridad es que mi historia todo mundo la conoce, no la he escrito yo, la hemos escrito los presidiarios de la tierra y
no hemos sido los primeros, ni seremos los últimos hasta que la especie humanoide de el salto cualitativo hacia el estadio verdadero de la humanidad.
El sicario, jala de nuevo el gatillo, apenas cabe su mano criminal en la ventana del cuarto oscuro, la punta del cañon entre mis ojos…
Paul FortisNunavut, Ártico Canadiense, Verano del 2009.
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